La guerra es la consecuencia natural de la presencia del pecado en el mundo, y de la codicia de los hombres y de las naciones por lo que pertenece a los otros (Stg. 4:1-3).

También puede tener el carácter, como en las Escrituras, de un juicio de Dios sobre una tierra por su pecado. Éste es el carácter de la conquista de la tierra de Canaán por parte de Israel, como huestes del Señor, y en su mantenimiento de su tierra, para lo cual tenían instrucciones divinas.

En tipología, la guerra de ellos es figura del conflicto del cristiano contra principados, potestades, gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes (cp. Ef. 6:10-20). Hay también las guerras contra Israel, en las que Dios utilizó a otras naciones para castigar a su pueblo. Pero Dios siempre da sus propios derechos sobre su propio pueblo y sobre su propia tierra.

Cuando Jehová destruyó el ejército de Faraón en el mar Rojo, fue llamado «varón de guerra», y ésta y otras victorias fueron registradas en «el libro de las batallas de Jehová» (Éx. 15:3; Nm. 21:14). David dijo de Dios: «Quien adiestra mis manos para la batalla» (2 S. 22:35; Sal. 18:34).

Cuando estaban prestos a la batalla, los israelitas consultaban a Jehová (Jue. 20:23, 27, 28; 1 S. 14:37; 23:2; 1 R. 22:6). Si el conflicto no podía ser evitado, invocaban la ayuda de Dios, ofreciendo en ocasiones un sacrificio (1 S. 7:8, 9; 13:12; 2 Cr. 20:6-12; 1 Mac. 3:47-54).

Los paganos recurrían a la adivinación, cuidándose de no salir a la batalla más que en un día que fuera declarado propicio (Éx. 21:26-28). Se enviaban exploradores para reconocer el territorio enemigo, a fin de valorar su capacidad de resistencia (Nm. 13:17; Jos. 2:1, 2; Jue. 7:9-11; 1 S. 26:4). Los prisioneros eran interrogados en busca de información (Jue. 8:14; 1 S. 30:11-15). Antes de la batalla, un sacerdote, o bien el general del ejército, recordaba a los soldados la presencia de Dios. Algunos eran devueltos a sus hogares (Dt. 20:2-9; 2 Cr. 20:14-20; 1 Mac. 3:56; 4:8-11).

Se usaban diversas tácticas: la sorpresa, la emboscada, la huida simulada, el asedio (Gn. 14:15; Jos. 8:2-7; Jue. 7:16-22; 2 S. 5:23). En ocasiones, los campamentos enemigos presentaban a sus campeones (1 S. 17). Las tropas israelitas daban la señal de ataque y de invocación para que Dios les diera su ayuda (Nm. 10:9; Jos. 6:5; Jue. 7:20; 2 Cr. 13:12; 1 Mac. 4:13; 5:33).

Como los otros pueblos de la antigüedad, los israelitas saqueaban el campamento enemigo (Jue. 8:24-26; 1 S. 31:9; 2 Cr. 20:25; 1 Mac. 4:17-23), y en ocasiones daban muerte o mutilaban a prisioneros (Jos. 8:23, 29; 10:22-27; Jue. 1:6; 8:21; 2 S. 8:2). Por lo general, lo que se hacía era reducirlos a esclavitud.

Las fuerzas que asediaban una ciudad cortaban el suministro de agua, y fortificaban su propio campamento, por temor a una salida de los asediados (Guerras 5:2, 3). El enemigo levantaba terraplenes, y disponía sus arietes contra las puertas de la ciudad (2 S. 20:15; Ez. 4:2; véase ARIETE), hostigándose a sus defensores con honderos y arqueros. Con ayuda de escaleras puestas sobre los terraplenes elevados, que en ocasiones llegaban a la mitad de la altura de los muros, se escalaban éstos (Jue. 9:52). Arqueros apostados sobre las torres de asedio y desde el suelo acribillaban a los asediados, que se defendían con flechas, piedras, antorchas encendidas (Guerras 5:2, 2 y 4; 6:4; 11:4; 2 Cr. 32:2-5; 2 S. 11:21, 24; 2 Cr. 26:15; 1 Mac. 6:31). La caída de una ciudad entrañaba su destrucción y la matanza de sus habitantes, sin respeto a la edad ni al sexo (Jos. 6:21, 24; 8:24-29; 10:22-27; 2 R. 15:16). La victoria se celebraba con cánticos y danzas (Éx. 15:1-21; Jue. 5; 1 S. 18:6; 2 Cr. 20:26-28; 1 Mac. 4:24).

Sigue habiendo guerras en la actualidad, perfeccionándose cada día más los instrumentos de muerte. El corazón de una humanidad a espaldas de Dios no ha cambiado, lo que acarreará los duros juicios que desembocarán en la venida del Señor para imponer su reino. Israel, establecido en la tierra en incredulidad, está siendo perseguido por sus enemigos. Llegará el día en que el mundo se unirá en Armagedón para presentar batalla en el gran día del Dios todopoderoso (Ap. 16:14, 16). El Señor reinará hasta que haya puesto a todos sus enemigos por estrado de sus pies. Después seguirá el periodo en el que no se aprenderá más a hacer la guerra, cuando los instrumentos de guerra serán convertidos en aperos de labranza, y el Príncipe de Paz reinará sobre toda la tierra (Mi. 4:3).

Bibliografía:

R. V. G. Tasker: «La ira de Dios» (Ediciones Evangélicas Europeas, Barcelona, 1971).


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