Persona pretendidamente dotada de poderes sobrenaturales, debidos a la práctica del ocultismo y a sus relaciones con los malos espíritus. El término hebreo «hartõm», traducido como «caldeo» o «mago», vino a significar escriba, sacerdote instruido (Dn. 1:20; 2:10, etc.). Versados en los encantamientos, en las prácticas del ocultismo (Éx. 7:11), en la interpretación de los sueños (Dn. 2:10).
Estos magos eran numerosos:
en Egipto (Gn. 41:8; 2 Ti. 3:8 da los nombres de Janes y Jambres, que se opusieron a Moisés),
en Asiria (Nah. 3:4),
en Babilonia (Is. 47:9; Dn. 2:2),
en Canaán y en los otros países paganos (Dt. 18:10).
Otro término hebreo, «hashshãph», se traduce como «encantadores» o «hechiceros». Designa a los hechiceros y exorcistas que empleaban fórmulas mágicas para hacer que los malos espíritus les ayudaran, o para obligarlos a dejar de atormentar a sus víctimas. Los efectos sobrenaturales deseados tenían que ver con los hombres, los animales y las fuerzas de la naturaleza.
Los textos no siempre distinguen limpiamente entre el encantamiento y la adivinación (Nm. 23:23; 24:1; 2 R. 17:17; Jer. 27:9) y otras formas de ocultismo, todas ellas formalmente prohibidas por la ley de Moisés (Dt. 18:9-14), en la que la pena para hechiceros, como para los evocadores de muertos, era la muerte (Éx. 22:18; Lv. 20:6, 27). Los profetas predijeron el castigo que les sobrevendrá (Mi. 5:11; Mal. 3:5; etc.; cfr. Josefo, Vida 31; Ant. 17:4, 1; y Sab. 12:4-6).
El NT evidencia las mismas prácticas, y en sus páginas aparecen:
Simón el Mago (Hch. 8:9, 11);
Bar-jesús (Hch. 13:6, 8);
en Éfeso, los exorcistas judíos y los adeptos a las «artes mágicas» y sus libros de un precio inmenso (Hch. 19:13, 19).
La hechicería es manifiestamente una obra de la carne (Gá. 5:20).
En Ap. 9:21, el término traducido como «hechicerías» es «pharmakeia», lo que sugiere el uso de drogas y de filtros misteriosos; el castigo de estas diabólicas drogas es la perdición eterna (Ap. 18:23; 21:8; 22:15). (Véanse ADIVINACIÓN, ASTRÓLOGOS, MAGOS.)