La palabra «hairesis» procede de «elección» (de «haireomai», elegir). Se traduce también como «secta», y se aplica a las sectas entre los judíos, como las de los saduceos y de los fariseos (Hch. 5:17; 15:5; 26:5).
Los judíos emplearon este término con respecto al cristianismo (Hch. 24:5, 14; 28:22).
Pronto surgieron herejías y sectas en la iglesia, como resultado de la actividad de la voluntad autónoma del hombre en una u otra forma.
La raíz «elegir» en el término griego indica que una herejía es algo peculiar. Puede que la doctrina mantenida y apremiada sea cierta en sí misma, pero que sea exagerada y sacada de proporción o de contexto. El resultado frecuente es la formación de un partido o secta (1 Co. 11:19; Gá. 5:20; 2 P. 2:1).
El adherente a una herejía es un hereje, y debe ser rechazado después de la primera o segunda amonestación (Tit. 3:10).
Además de su sentido primario denotando la formación de corrientes y escuelas y tendencias, pronto vino a denotar errores doctrinales. Así, en su segunda epístola, Pedro advierte a los creyentes contra «herejías destructoras» (2 P. 2:1).
Siendo que Dios nos ha dado en Su palabra todo lo que necesitamos (Hch. 20:32; 2 Ti. 3:15-17), al creyente no le es dado elegir, sino obedecer. Tiene que aprender a recibir con humildad (cfr. 1 Co. 4:7).