Uno de los títulos del Mesías (Sal. 2:7: Jn. 1:49; cfr. 2 S. 7:14) que expresa, en su sentido más profundo, la misteriosa relación que existe entre el Padre y el Hijo en su eterna relación en el seno de la Deidad. Este título, empleado frecuentemente en el NT, designa claramente a nuestro Señor (p. ej., en Mt. 4:3, 6; 16:16; 26:63; 27:43; Mr. 1:1; Lc. 3:38, sin embargo, lo aplica a Adán). Cristo es llamado asimismo el «Hijo unigénito de Dios» (Jn. 3:16, 18). Hay dos razones que justifican esta expresión:

  • (A) Cristo, siendo eterno, no tiene principio ni fin (He. 7:3);
  • (B) su nacimiento fue un milagro, habiendo sido engendrado por la operación del Espíritu Santo (Lc. 1:35).

Siendo hijo de Dios, Cristo es el mismo Dios, dotado de las infinitas perfecciones procedentes de su esencia divina (Jn. 1:1-14; 10:30-38; Fil. 2:6). Es igual a Dios el Padre (Jn. 5:17-25); sin embargo, para cumplir la voluntad del Padre, asumió la condición de hombre. Fue enviado por Dios, que obró por medio de Él (Jn. 3:16, 17; 8:42; Gá. 4:4; He. 1:2). El término «Hijo» no se relaciona con la misión de Cristo, sino con su naturaleza, idéntica a la de Dios, implicando su igualdad con Él. Jesús reclama para Sí este título (Lc. 22:70; Jn. 10:36; 11:4; 19:7), y los apóstoles proclamaron que Jesús es el Hijo de Dios (Hch. 9:20; Gá. 2:20, etc.; 1 Jn. 3:8; 5:5, 10, 13, 20). Es por haber mantenido este título ante el sanedrín que Jesús fue condenado a muerte como blasfemo (Mt. 26:63-66; Mr. 14:61-64). El derecho a este título había quedado confirmado por el descenso del Espíritu, con ocasión de su bautismo; el Padre dio desde el cielo un testimonio audible (Mt. 3:16, 17; Mr. 1:10, 11; Lc. 3:22; Jn. 1:32-34). La divinidad de Jesús fue asimismo confirmada en la transfiguración (Mt. 17:5; Mr. 9:7; Lc. 9:35; 2 P. 1:17). El carácter de las obras de Jesús es la prueba de que era verdaderamente el Hijo de Dios (Jn. 1:14; 5:36; 10:36-38; He. 1:3). «Fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos» (Ro. 1:4), así como por su ascensión (He. 1:3).


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