Lo opuesto a la piedad, a la reverencia debida a Dios.
Es una actitud rebelde, que se opone a la sujeción y al conocimiento de Dios de una manera consciente, en contra de lo que se le debe como Creador, Sustentador y Salvador.
La impiedad surge de la soberbia (Sal. 75:4; Pr. 21:4). Los impíos manifiestan:
deshonestidad (Sal. 37:21);
su crueldad (Pr. 12:10);
falsedad (Éx. 23:1);
opresores (Jb. 24:6);
perseguidores de los piadosos (Sal. 37:12, 14);
pertinaces (Pr. 21:29);
sin embargo, su final es tenebroso, sin esperanza (Pr. 10:28; 13:9); su retribución será la ira consumidora de Dios (Sal. 109; 119:119; 145:20; Pr. 2:22; Sof. 1:3; Jud. 15). Sin embargo, es por los impíos que Jesús vino a morir (Ro. 5:6); en base a su sacrificio, Dios está dispuesto a justificar al impío que cree en Jesús (Ro. 4:5); ya en el AT hay llamamientos al arrepentimiento de los impíos (Is. 55:7; Ez. 3:18; 18:21); el Señor declara que no desea la muerte de los impíos, sino su conversión (Ez. 18:23), aunque tendrá que juzgar a los que no han querido volverse a Él (2 P. 3:7).
Los creyentes son exhortados a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a vivir de corazón para Aquel que los ha redimido y dado la esperanza bienaventurada de que serán tomados por Él al hogar paterno (Tit. 2:11-15, cfr. Jn. 14:1-3, 1 Ts. 4:13-18).