Etimología: «Aquel que toma por el talón; que suplanta.»
Hijo de Isaac y de Rebeca, y hermano mellizo de Esaú, alumbrado después de este último y, por ello, considerado como menor (Gn. 25:21-26). Isaac tenía 60 años al nacimiento de sus hijos (Gn. 25:26). A Jacob le encantaba reposar en las tiendas, siendo de naturaleza apacible (Gn. 25:27). Era el favorito de su madre, en tanto que su padre prefería a Esaú (Gn. 25:28). Sin embargo, antes de que ambos nacieran, Dios había dicho «el mayor servirá al menor» (Gn. 25:23), dando así Su promesa a Jacob. Un día, viniendo Esaú exhausto y hambriento después de cazar, Jacob, que se había preparado un potaje de color rojo, antes de dárselo a su hermano le hizo jurar que le cedería el derecho de primogenitura (Gn. 25:29-34). Así, Jacob no esperó a la intervención divina, sino que se mostró dispuesto a recurrir a cualquier argucia y fraude para procurárselo por sí mismo, no creyendo que Dios al final movería todo conforme a Su voluntad si esperaba en Él (cf. Gn. 48:14-20). Siguió un acto fraudulento. Isaac era viejo y casi ciego. Rebeca convenció a Jacob para que se vistiera con ropas de Esaú, y que se cubriera el cuello y las manos con pieles de cabritos, porque Esaú era mucho más velludo que Jacob, para hacerse pasar por su hermano. Así obtendría de Isaac, que pensaba que se estaba muriendo, la bendición que correspondía al derecho de primogenitura. Cuando Esaú descubrió lo que Jacob había hecho, se lamentó violentamente de haberse dejado arrebatar su derecho por su hermano. Esaú resolvió matar a su hermano cuando su padre muriera (Gn. 27:1-41). Rebeca oyó estas amenazas y, con la esperanza de que la cólera de Esaú se enfriara con la ausencia, hizo partir a Jacob, con el pretexto de ir a buscar una esposa para sí, a Harán, donde vivía su familia. Durante el viaje, Jacob tuvo una visión de noche: una escalera comunicaba la tierra con el cielo, con ángeles que bajaban y subían, y el Señor le prometió todas las bendiciones del pacto (Gn. 27:42-46; 28:1-22).
Jacob moró al menos 20 años en Padán-aram. Al servicio de Labán, trabajó al principio catorce años para que Labán le diera sus dos hijas en matrimonio, Lea y Raquel; después trabajó durante seis años para conseguir ganados. Tuvo once hijos durante su estancia en Harán, seis con Lea: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar y Zabulón, además de una hija, Dina; con Bilha, sierva de Raquel, dos: Dan y Neftalí; con Zilpa, sierva de Lea, dos: Gad y Aser; y, finalmente, uno con Raquel: José (Gn. 29-30). Este último nació cuando Jacob tenía 90 o 91 años (cf. Gn. 47:9 y Gn. 41:46, 47, 54; 45:11).
Seis años después, viendo que Labán y sus hijos, envidiándole, se habían indispuesto con él, Jacob huyó. Mientras guardaba sus rebaños, probablemente a tres días de Harán (Gn. 30:36; 31:22) a orillas del Éufrates, envió a buscar a sus mujeres (Gn. 31:4), cruzó el río, y emprendió la marcha, con su familia y bienes, en dirección a Canaán (Gn. 31:21). Labán se lanzó en persecución de los fugitivos, alcanzándolos en el monte Galaad, indudablemente entre el Yarmuk y el Jaboc, a unos 500 Km. del Éufrates, al cabo de diez días, al menos, de la partida de Jacob, pero muy probablemente más tiempo, debido a que Jacob no podía hacer marchar sus rebaños y familia a mucha velocidad. Dios protegió a Jacob advirtiendo a Labán, y los dos clanes enemistados llegaron a la reconciliación y celebraron un pacto. Erigieron un monumento de piedras, y sellaron su pacto con una comida común, estipulando que ninguno de los dos clanes rebasaría aquel lugar para atacar al otro (Gn. 31:51).
Dios se manifestó a Jacob en un lugar que el peregrino llamó Mahanaim. Y en el vado del Jaboc, un hombre estuvo luchando con Jacob hasta la mañana, y, no pudiendo vencerlo, tocó el encaje de su muslo, descoyuntándolo. Antes de dejarlo, el desconocido bendijo a Jacob con estas palabras: «No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres y has vencido». Jacob dio a este lugar el nombre de Peniel (el rostro de Dios) «Vi a Dios cara a cara y fue librada mi alma» (Gn. 32:22-32 cf. Gn. 33:20; Os. 12:5). Este fue el momento crítico de la vida de Jacob. Hasta entonces había confiado en su propia fuerza y estratagemas, aprendió ahora que su energía no podía prevalecer contra Dios y que debería someterse recurriendo a la oración para obtener la bendición, y no ir más allá. Desde entonces, se hace frecuente alusión a la adoración que Jacob ofrece al Señor.
Antes de cruzar el Jordán, Jacob, tanto tiempo desterrado por sus acciones mezquinas con respecto a Esaú, volvió a encontrarse con su hermano, que lo perdonó. Otra vez se separaron, volviendo Esaú al monte Seir, y dirigiéndose Jacob hacia Canaán (Gn. 33:1-18).
Jacob plantó sus tiendas en Canaán, en Siquem. Allí compró un terreno para establecer su campamento, y allí erigió un altar al Señor (Gn. 33:18-20). Es en Siquem que el hijo del rey de la ciudad forzó a Dina, hija de Jacob. Simeón y Leví, dos de los hijos de Jacob, y hermanos de padre y madre de Dina, ejecutaron una terrible venganza, atacando la ciudad después de haber reducido a la indefensión a sus habitantes mediante un engaño (Gn. 34:13-26). Los otros hermanos se unieron a Leví y Simeón en el saqueo de la ciudad. Jacob, que no había tenido arte ni parte en este hecho, temió profundamente sus posibles consecuencias. Buscó a Dios, e hizo desaparecer de su familia todos los ídolos e impurezas, y el Señor mismo le protegió (Gn. 34:30-35:5). Parece que desde entonces Siquem fue considerada propiedad de Jacob (Gn. 48:22; cf. Gn. 37:12). De allí, Jacob se dirigió a Bet-el. Débora murió allí, y allí fue sepultada (Gn. 35:6-8); véase DÉBORA (a). Dios, que se había aparecido a Jacob en este lugar cuando se dirigía a Padán-aram, volvió a aparecérsele en el mismo lugar (Gn. 35:9; 28:10-22). Confirmó el cambio del nombre de Jacob al de Israel, renovando las promesas del pacto hecho con Abraham. Durante el viaje a Hebrón, Raquel dio a luz, cerca de Belén, al duodécimo y último hijo de Jacob, Benjamín. Raquel, la esposa a quien tanto había amado Jacob, murió en el parto (Gn. 35:9-20). Finalmente, Jacob se reunió con su padre en Mamre (Gn. 35:27). Isaac murió unos 23 años más tarde. Esaú y Jacob se reunieron para sepultarlo (Gn. 35:28, 29). Parece que Jacob se detuvo en Mamre 33 años, porque llegó a Hebrón 10 años después de su vuelta a Palestina (Gn. 37:14; cf. 37:2), y es evidente que seguía allí cuando José lo mandó llamar para que fuera a Egipto (Gn. 46:1). Jacob tenía 130 años cuando se dirigió a Egipto (Gn. 47:9), y vivió todavía 17 años. Su primera bendición especial fue para los hijos de José, después bendijo a sus propios hijos, y murió a la edad de 147 años (Gn. 47:28; 48:49). Su cuerpo fue embalsamado y transportado solemnemente a Canaán, siendo sepultado en la cueva de Macpela (Gn. 50:1-14).
Jacob cometió faltas notorias, por las cuales fue severamente castigado bajo la mano de Dios, y en su vejez sufrió intensamente por la pérdida de José. Al final de su vida reconoció, al menos de manera tácita, que el comienzo de su carrera había quedado ensuciado por el pecado, y que no había sido íntegro delante de Dios; en el momento de morir, hace clara mención de la gracia de Dios (Gn. 47:9; 48:15-16). Jacob mostró, durante su vida y también durante sus últimos días, una fe inquebrantable en el Señor (Gn. 48:21: He. 11:21). Es el ejemplo por excelencia del creyente carnal, con numerosos defectos, que es tratado de una manera plena por la disciplina de Dios, y llevado a una dependencia total de Él. También figura como tipo de la predestinación (Ro. 9:11-13), y su nombre entra en la mención de los héroes de la fe (He. 11:21). El Señor mismo no se avergüenza de llamarse el «Dios de Jacob» (Éx. 3:6; 4:5; 2 S. 23:1; Sal. 20:2; Is. 2:3), o «el Fuerte de Jacob» (Sal. 132:2). El Señor Jesucristo afirma explícitamente el lugar de honor que tendrá Jacob en el Reino (Mt. 8:11).
La arqueología ilustra muchos de los rasgos de la vida de los patriarcas, en particular la de Jacob. Según las cartas de Nuzi (véase NUZU), descubiertas entre 1925 y 1941 en el sureste de Nínive, era posible transferir a otra persona el derecho de primogenitura; se cita en ellas un caso cuyo pago fue de tres barcos. Por otra parte, en estos documentos se ilustran las relaciones familiares entre Labán y su yerno (Gn. 31:29). En Nuzi se conocían terafines parecidos a los que Raquel hurtó a Labán (Gn. 31:34). Se trataba de dioses del hogar, poseídos por el cabeza de familia; en el caso de una hija casada, su posesión daba al marido el derecho a la propiedad del suegro (Gordon, «Revue Biblique», 44, 1935, págs. 35ss). Debido a que Labán tenía hijos varones, el hurto de los terafines representaba un daño grave.
En las Escrituras se da frecuentemente al conjunto de los hebreos, descendientes de Jacob, el nombre de «hijos de Israel» (Éx. 14:16, 29; 15:1, etc.). Los profetas, en sus pasajes poéticos, citan frecuentemente en paralelo los nombres de Jacob e Israel (Dt. 33:10; Is. 43:1, 22; 44:1). Véase ISRAEL.