(a) Juicio penal.

Puede ser administrado en la tierra en el gobierno que Dios ejerce sobre los hombres o sobre su pueblo, de acuerdo con los principios de la economía que esté entonces en vigor (véase DISPENSACIÓN); o en el más allá para la eternidad, en conformidad con los decretos de Dios. Los cuatro gravosos juicios de Dios sobre los vivientes cayeron sobre Jerusalén y han caído en general sobre la humanidad. Caerán todavía sobre la tierra en el futuro, como se muestra en Apocalipsis (véase APOCALIPSIS [LIBRO DE]):

(A) Guerra, muerte por espada, sea de parte de un enemigo exterior, o en guerra civil.

(B) Hambre, que puede provenir de escasez en la tierra o de un asedio.

(C) Plagas de animales, que pueden incluir las devastaciones de langostas, debido a que asolan la tierra, destruyendo sus frutos.

(D) Pestilencia, que a menudo ha provocado la muerte en grandes proporciones de las poblaciones (Ez. 14:13-21).

Aparte de éstos, se dan conflagraciones en diversas partes de la tierra:

terremotos,

erupciones,

ciclones,

avalanchas,

inundaciones,

heladas,

naufragios,

maremotos, etc.,

que se suceden con frecuencia. Todo ello tiene lugar en los juicios providenciales de Dios, y mediante ellos Él se hace oír de continuo, manifestando su poder (cfr. Jb. 37:13). Pero, además de este gobierno providencial, hay a menudo juicios directos, y por ello el profeta dijo: «luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia» (Is. 26:9). Sin embargo, tales juicios son muy frecuentemente considerados como fenómenos naturales, meros accidentes o calamidades, sin reconocimiento alguno de Dios, y son pronto olvidados. Debieran servir para advertir a los hombres; así como a menudo caen lluvias ligeras antes de una tormenta, estos frecuentes juicios son sólo los heraldos de la gran tormenta de la ira de Dios que ciertamente caerá sobre este mundo culpable cuando se derramen las copas de su indignación (cfr. Ap. 6-20).

Todo juicio, esto es, el acto de juzgar (gr. «krisis»), sea de muertos o de vivos, ha sido dado al Señor Jesús. Él es presentado como viniendo de Edom, con vestidos teñidos en Bosra, cuando Él pisoteará en su ira a las gentes, y la sangre de ellos manchará todas sus ropas (Is. 63:1-3). Sus juicios caerán sobre las naciones vivientes; asimismo, antes de que Israel sea restaurado a la bendición, el juicio de Dios caerá también sobre ellos (véase TRIBULACIÓN [GRAN]). Dios también ejecutará juicios sobre la Cristiandad profesante (véase BABILONIA-b). El castigo eterno de los malvados recibe el nombre de «juicio eterno» (He. 6:2). Los ángeles caídos están reservados para juicio (2 P. 2:4), y el fuego eterno está preparado para el diablo y sus ángeles (Mt. 25:41).

(b) Juicio en sesión formal.

La común expresión «Juicio final» no se halla en las Escrituras. Mediante esta expresión se entiende, generalmente, que toda la humanidad en «el día del Juicio», comparecerá ante Dios, el Señor Jesús, para ser juzgada por sus obras y para oír cada uno la decisión acerca de su destino eterno. Pero esto no es conforme a las Escrituras. En todos los pasajes (excepto 1 Jn. 4:17 donde se dice que el cristiano tiene confianza «en el día del juicio»), el término es «día de juicio»; y no «el día del juicio» como refiriéndose a un día específico.

Además del juicio sesional de los imperios en Dn. 7:9-14, hay otros dos de estos juicios en las Escrituras, revelados con mayor o menor detalle, y que no deben ser confundidos, no teniendo lugar al mismo tiempo ni con respecto a la misma categoría de personas. El Señor Jesús ha sido designado el juez tanto de los vivos como de los muertos (Hch. 10:42). En Mt. 25 se da el juicio de vivos, en tanto que en Ap. 20 son los muertos los juzgados. El contraste se puede expresar así: en Mt. 25 se trata de las naciones vivientes, sin mención de los muertos; la escena donde se desarrolla es en esta tierra, a la que viene el Hijo del hombre. En Ap. 20 se trata de los muertos, sin mención de los vivos; la tierra ha desaparecido de delante de Aquel que se sienta sobre el Gran Trono Blanco. En Mt. 25, unos son salvados y otros perdidos. En Ap. 20 no se menciona ningún salvo: todos son perdidos. En Mt. 25 el juicio se refiere al trato dado a los hermanos del Señor, sin mención de pecados generales. En Ap. 20 el juicio tiene como base los pecados generales, sin mención alguna de su tratamiento de los santos.

Es evidente que se trata de juicios distintos y separados en el tiempo y en el espacio. El juicio de los «vivos» será en el comienzo del reinado del Señor. Después de que la Iglesia sea recogida a la gloria, Cristo tendrá sin embargo siervos suyos haciendo su voluntad sobre la tierra, como sus dos testigos en Ap. 11:3 (cfr. también Mt. 10:23). Cuando vuelva a reinar, las naciones serán juzgadas en base al trato dado a aquellos a los que llama sus «hermanos». El juicio de los «muertos» malvados tendrá lugar después del milenio, y abarcará a todos los que han muerto en sus pecados; todos los secretos de los hombres serán entonces juzgados.

Surge, así, la cuestión en cuanto a los creyentes que puedan estar aún vivos en la venida del Señor y de la multitud de aquellos que ya han muerto. No pueden ser incluidos ni en el juicio de Mt. 25 ni en el de Ap. 20. En cuanto a su suerte personal, por lo que toca a su salvación, tenemos la clara afirmación de Jn. 5:24, acerca de que los tales no vendrán a juicio en absoluto. «El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación (gr. «krisis»: juicio), mas ha pasado de muerte a vida». Cfr. el uso de «krisis» en los vv. 22, 27, 30, y cfr. v. 29, donde debería ser «resurrección de juicio». También aparece la misma palabra en He. 9:27: «... está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio... Cristo... aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan».

(c) El tribunal de Cristo.

Todo quedará manifestado ante el tribunal de Cristo, a fin de que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o malo (2 Co. 5:10). Esto no entra en colisión con la anterior afirmación de que el creyente «no vendrá a juicio». El Señor Jesús se sentará en el tribunal. Es Él el que murió por los pecados de los creyentes y resucitó nuevamente para su justificación; y Él es la justicia del creyente: Él no va a juzgar su propia obra. Los creyentes, habiendo sido justificados por el mismo Dios, no pueden ser juzgados. En Jn. 5:24 se afirma taxativamente que Él no viene en absoluto a juicio. Pero será manifestado: las cosas llevadas a cabo en el cuerpo serán revisadas, todo será examinado por Él en su verdadera luz, tanto lo bueno como lo malo, y esto destacará la gracia de Aquel que ha dado la salvación.

Se requerirá entonces del creyente que dé cuenta de cómo ha servido al Señor. ¿Ha usado el talento que le ha sido confiado? Habrá aquellos que habrán trabajado con materiales impropios, y tal obra será quemada, con lo que el obrero perderá su recompensa, aunque el obrero mismo será salvo, pero como a través de fuego. Para otros, su obra permanecerá, y los tales conseguirán recompensa por su labor (1 Co. 3:14). Cada uno recibirá recompensa conforme a la obra realizada (v. 8). El apóstol Juan exhortó a los creyentes a permanecer en Cristo a fin de que él mismo, como obrero, no tuviera que avergonzarse ante el Señor en su venida (1 Jn. 2:28; cfr. 2 Jn. 8). Estos pasajes tienen relación con el servicio de los cristianos, los cuales reciben uno o varios talentos. (Véanse DÍA DE JEHOVÁ, ESCATOLOGÍA, GRACIA, MILENIO, TRIBULACIÓN.)


Elija otra letra: