Era un término que se aplicaba en tiempos bíblicos a los salteadores de caminos, y así lo vemos en varios pasajes del Nuevo Testamento: Mt. 21:13; 26:55; 27:38, 44; Mr. 11:17; 14:48; 15:27; Lc. 10:30, 36; 19:46; 22:52; 23:39-43. El ladrón arrepentido manifestó una fe tan extraordinaria como su arrepentimiento, reconociendo a Cristo, aun en la cruz, como al Rey divino, como al Salvador del hombre. El acto de tornarse a Cristo, tal vez después de befarlo como el otro ladrón, parece haber sido repentino y haber sido causado por la resignación sobrenatural con que el Redentor sufría, por lo divino de sus miradas y de sus palabras y por las señales y circunstancias extraordinarias de aquel momento supremo.

Los ladrones eran crucificados por los romanos. Dos de ellos fueron crucificados con Jesús (Lc. 23:39-42). Cristo hubo de sufrir esta muerte afrentosa, y su identificación con el género humano y con los pecadores llegó hasta en el suplicio que sufrió.

La figura del ladrón que entra de manera sorpresiva e intempestuosa se usa para la Segunda Venida de Cristo, que se presentará sin anunciar su llegada (Mt. 24:43). De repente llegará el día del Señor (1 Ts. 5:2-4; 2 P. 3:10; Ap. 3:3; 16:15), como el ladrón en medio de la noche.


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