La Biblia menciona frecuentemente la utilización de las lámparas, tanto en el culto como en la vida doméstica. Las siete lámparas del candelero de oro, primero en el tabernáculo, después en el Templo, eran asimismo de oro (Éx. 37:23; 1 R. 7:49); el aceite de olivas machacadas alimentaba la llama (Éx. 27:20). Las despabiladeras para cortar las mechas eran asimismo de oro, lo mismo que los platillos (Éx. 25:38). Las lámparas ordinarias, de tierra, tenían a veces tapaderas, ya sea independientes, o bien haciendo parte integral del utensilio. Un orificio, en el centro de la tapadera, permitía la introducción del aceite; en un extremo, otro agujero dejaba pasar una mecha. Nuestra versión Reina-Valera 1960 traduce el vocablo hebreo «nêr» como lámpara, luz de lámpara, linterna (2 S. 21:17; Jer. 25:10; Sof. 1:12). El heb. «lappid» se traduce como teas, antorchas y relámpagos (Jue. 7:16, 20; Is. 62:1; Dn. 10:6; Jue. 15:4; Nah. 2:4; Zac. 12:6; Gn. 15:17; Éx. 20:18). El término gr. se traduce como lámparas y antorchas (Mt. 25:1; Ap. 4:5; Hch. 20:8; Jn. 18:3).
En sentido figurado, la lámpara representa la Palabra de Dios (Sal. 119:105; Pr. 6:23). La antorcha es la imagen de la salvación divina (Is. 62:1; Fil. 2:15, «luminares»). El espíritu del hombre es una «lámpara de Jehová» (Pr. 20:27). Extinguir la lámpara de alguien significa su destrucción (2 S. 21:17; Pr. 13:9). La lámpara simboliza el testimonio de los creyentes que da luz a las almas perdidas en las tinieblas (Jn. 5:35; Mt. 5:15-16; cfr. Ap. 1:12, 20).