En oriente se manifestaban con gran ostentación el dolor y el duelo. Los israelitas mostraban públicamente su desolación con la abstención de ornamentos y con descuido en el vestido (Éx. 33:4; 2 S. 14:2; 19:24; Mt. 6:16-18); como expresión de duelo se rasgaban la túnica al nivel del cuello, y sus ropajes y mantos (Lv. 10:6; 2 S. 13:31; Jl. 2:13). (Véase DUELO.)
El llanto es muchas veces mencionado en las Escrituras. La primera mención del llanto se halla,
en forma de verbo, en Gn. 21:16, de Ismael: «el muchacho alzó su voz y lloró».
El llanto por José el hijo de Jacob fue muy grande (Gn. 50:11);
el llanto de Jeremías fue motivado por los pecados de su pueblo y por los juicios que iban a caer sobre la nación y sobre Jerusalén (Jer. 9:1; 13:17; Lm. 1:2, 16).
El Señor Jesús lloró sobre Jerusalén (Lc. 19:41),
y por la muerte de Lázaro (Jn. 11:35), mostrando así la profundidad de sus sentimientos.
El lloro es la expresión del dolor profundo y de la miseria que han entrado en el mundo por el pecado del hombre, y del Señor Jesús está escrito proféticamente que «en toda angustia de ellos él fue angustiado».
El llanto fue también la parte de los primeros cristianos (Hch. 8:2; 9:39; 20:37; 21:30; Ro. 12:15; 1 Co. 7:30; 2 Co. 7:7; 12:21; Fil. 3:18). Después de un terrible período de juicios los «moradores de la tierra» derramarán su llanto por la destruida Babilonia (Ap. 18:9, 11, 15, 19). En la venida del Señor, los impíos serán lanzados a las tinieblas de afuera, donde «será llanto y crujir de dientes» (Lc. 13:28), en una total soledad en tormento, con exclusión de la presencia del Señor (2 Ts. 1:9). En cambio, para los redimidos, eliminando ya para siempre el pecado y todas sus consecuencias mediante la obra de Cristo en la cruz, llegará entonces el día en que «enjuagará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron» (Ap. 21:4).