(a) LUGARES BAJOS.
(también llamados «profundos») de la tierra, valles (Is. 44:23).
También la morada de los espíritus desprendidos del cuerpo (Sal. 63:9; Ef. 4:9); en el Sal. 139:15 significa el vientre.
(b) LUGARES ALTOS.
(heb.: «bamah»).
Lugares que se elegían para adorar, ya sea al verdadero Dios, ya a los ídolos; se podía aplicar a los santuarios mismos. Eran erigidos en los lugares elevados (Nm. 22:41; 1 R. 11:7; 14:23), en el interior o en la proximidad de las ciudades (2 R. 17:9; 23:5, 8), e incluso en los valles (Jer. 7:31; cfr. Ez. 6:3).
Los israelitas recibieron la orden expresa de destruir los santuarios de los cananeos cuando conquistaran el país (Nm. 33:52; Dt. 33:29). Los moabitas tenían también lugares elevados (Nm. 21:28; 22:41; Jos. 13:17). Era frecuente que los cultos celebrados en los lugares altos fueran acompañados de una gran degradación (Os. 4:11-14), y la inmoralidad reinaba entre los que se dirigían hacia estos santuarios (Jer. 3:2; cfr. 2 Cr. 21:11). En ellos se erigía un altar (1 R. 12:32), que podía también formar parte integrante de la formación rocosa de la elevación, como en Petra; de este lugar alto allanado subían gradas hacia el altar, cerca del cual se levantaba una Asera de madera. No lejos de allí solía levantarse una estela, o una serie de estelas, piedras no talladas, midiendo 1,80 m. o más; se hallaban de pie como en Gezer o en Petra (1 R. 14:23; Jer. 17:2). (Véanse ASERA, DIVINIDADES PAGANAS, ESTELA, PIEDRA). Había casas asociadas a estos santuarios (1 R. 12:31; 2 R. 23:19), en las que se albergaban los ídolos (2 R. 17:29, 32), e indudablemente que con otros fines. Había bancos alrededor del lugar sagrado, o bien una sala en la que se podían reunir los adoradores y comer allí las porciones separadas en las solemnidades del sacrificio (1 S. 9:12, 13, 22). Había sacerdotes que oficiaban en los servicios de los lugares altos (1 R. 12:32; 2 R. 17:32, 33), quemando el incienso y efectuando la ofrenda de los sacrificios (1 R. 13:2; cfr. 3:3).
En ciertas épocas, los israelitas celebraban el culto al Señor en los lugares altos, pero la Ley lo prohibía, estipulando que no debía haber más que un solo altar para todo Israel. El objeto de esta ordenanza era múltiple: favorecer el desarrollo del sentimiento nacional, guardar al pueblo de posibles divisiones, impedir el desarrollo de una religión idolátrica y de perder el contacto con la religión de Jehová; e impedir asimismo su corrupción. Esta normativa tendía, además, a garantizar la existencia de un santuario nacional, lo que permitía tener un culto espléndido en honor de Jehová, digno de su infinita grandeza y sobrepasando de lejos las ceremonias paganas. La celebración del culto a Jehová en los lugares altos sólo se dio en contravención a las disposiciones dejadas por Dios, y en épocas de desorden nacional, en la que el orden divino había sido destruido desde dentro o desde fuera por causa de anteriores infidelidades del pueblo. Cuando no había santuario nacional, lo que se produjo cuando Dios abandonó Silo y antes de la construcción del Templo (Sal. 78:60, 61, 67-69; 1 R. 3:2, 4; 2 Cr. 1:3).
En la guerra entre Jehová y Baal en el reino del norte, Elías preparó un sacrificio en un lugar alto, que fue consumido por fuego del cielo, lo que mostró el contraste entre la impotencia de Baal y el poder soberano de Dios incluso en una tierra lanzada a la idolatría y a la desobediencia. (Véase ALTAR.)
Para complacer a sus esposas paganas, Salomón cometió el gravísimo pecado de elevar los lugares altos sobre el «monte de la destrucción» (parte del monte de los Olivos) en honor de Astarté, de Quemós, de Milcom, llamado también Moloc (2 R. 23:13).
Con el fin de disminuir el prestigio del santuario de Jerusalén, Jeroboam hizo erigir santuarios sobre los lugares altos de Bet-el, instalando allí sacerdotes (1 R. 12:31, 32; 13:33). Su pretensión era la de organizar un culto independiente a Jehová, pero mezclando con él símbolos idólatras (1 R. 12:28-33; 13:2). Los profetas atacaron vehementemente estos lugares altos (1 R. 13:1, 2; Os. 10:8). Había lugares altos no sólo en Bet-el, sino también en otras ciudades de Samaria (1 R. 13:32; 2 R. 17:32; 2 Cr. 34:3). El esfuerzo de limpieza de los reyes Asa y Josafat no tuvo efectos duraderos (1 R. 15:14; 22:44; 2 Cr. 14:4; 15:17; 17:6).
Joram, hijo de Josafat, erigió lugares altos en los montes de Judá (2 Cr. 21:11). Acaz, rey de Judá, erigió también altares a dioses paganos; les ofreció sacrificios y les quemó incienso (2 Cr. 28:4, 25). Ezequías destruyó los ídolos (2 R. 18:4, 22), pero Manasés los volvió a adorar (2 R. 21:3; 2 Cr. 33:3). Josías los volvió a suprimir (2 R. 23:5, 8, 13). Los profetas tronaron contra los lugares altos (Ez. 6:3), proclamando que era Sión la residencia elegida por Jehová para hacer morar en ella su nombre (Dt. 12:11, 21; 14:23, 24; 16:2, 6, 11; Is. 2:2, 3; 8:18; 18:7; 33:20; Jl. 2:1; 3:17, 21; Am. 1:2; Mi. 4:1, 2).