El pan de los israelitas tenía la forma de una galleta plana; se hacía de harina de trigo, en tanto que los pobres empleaban harina de cebada. El grano era molido cada día en un molino manual, y se cocía cada día para tenerlo fresco. Si se hacía para su inmediato consumo, se hacía frecuentemente sin levadura (Gn. 19:3; 1 S. 28:24; cfr. pan ázimo, procedente de un término gr. que significa «sin levadura»). Sin embargo, el arte de preparar pan leudado era conocido (Mt. 13:33).
Se ha planteado la cuestión de si el pan de la proposición, que seguía estando bueno al final de ocho días, era leudado. Josefo afirma que no (Ant. 3:6, 6). Durante la primera Pascua, cuando se dio la orden de marcha, la masa estaba ya preparada, pero no estaba aún leudada (Éx. 12:34). El horno familiar privado era un gran recipiente transportable; después de haberlo calentado, se aplicaban las galletas contra sus paredes que, cocidas de esta manera, quedaban muy delgadas. Además del pan que se cocía en el horno (Lv. 2:3), se hacía freír, en una sartén poco profunda, una especie de tortas. El pan se hacía también sobre los mismos rescoldos del hogar, o sobre piedras previamente sobrecalentadas y exentas de cenizas (1 R. 19:6). Este método se empleaba cuando había prisas (Gn. 18:6).
En nuestros días, los beduinos hacen fuego en un hoyo cavado en el suelo, limpiándolo a continuación y poniendo allí las hogazas o galletas. El pan se cocía toda la noche en este horno cuidadosamente cubierto. Sin duda, los israelitas conocían este método.
La cocción del pan era habitualmente un trabajo reservado a las mujeres (Gn. 18:6; 1 S. 8:13; Lv. 26:26; cfr. Jue. 6:19). En las grandes mansiones era trabajo de esclavos, aunque en las ciudades había panaderos que vendían el pan (Jer. 37:21; cfr. Os. 7:4, 6).
En la Ley se enumeran las diferentes maneras de pan que se podían ofrecer a Jehová (Lv. 2).
Al hablar de «nuestro pan de cada día», el Señor Jesús se refiere a todo el sustento necesario para un día entero (Lc. 11:3).