(término derivado del heb. «pesach», de «pasar de»: cfr. Éx. 12:13, 22, 27; Ant. 2:14, 6).
(a) La primera de las tres solemnidades anuales en las que todo varón israelita no impedido se debía presentar en el Templo (Éx. 12:43; Dt. 16:1). Fue instituida en Egipto con el fin de conmemorar el acontecimiento fundamental de la liberación de los israelitas (Éx. 12:1, 14, 42; 23:15; Dt. 16:1, 2). Con ella se celebraba solemnemente el hecho de que Dios, que había hecho morir a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, había sin embargo pasado por alto las moradas de los israelitas, marcadas con la sangre del cordero. Debían comerla apresuradamente, con el bastón en la mano, y con la actitud de personas dispuestas a partir en la liberación prometida por Dios. La fiesta comenzaba el día catorce del mes de Abib (Nisán) al atardecer, esto es, al inicio del día quince, con la comida que seguía al sacrificio del cordero (Lv. 23:5). Se daba muerte a un cordero o a un cabrito entre las dos tardes, cerca del momento del ocaso (Éx. 12:6; Dt. 16:6), o entre las horas novena y undécima (Guerras 6:9, 3). Asado entero, se comía con panes sin levadura y con hierbas amargas (Éx. 12:8). No podía ser hervido en agua. Su sangre derramada era tipo de la expiación; las hierbas amargas simbolizaban los sufrimientos de la esclavitud en Egipto, y el pan sin levadura representaba la pureza (cfr. Lv. 2:11; 1 Co. 5:7, 8). Los israelitas que tomaban parte en este acto de redención constituían el pueblo santo, comunicando gozosamente en presencia del Dios invisible. La participación en la cena pascual era obligatoria sólo para los varones, aunque las mujeres tenían derecho a participar, así como toda la casa. Si la familia era poco numerosa, podían juntarse vecinos con ellos para comer todo el cordero (Éx. 12:4).
La pascua expone en tipo la ofrenda de Cristo como aquello en lo que se ha declarado la justicia de Dios con respecto al pecado. La sangre del cordero era un testimonio de muerte, esto es, de la eliminación a los ojos de Dios del hombre en su pecado contra Él. Esta eliminación tuvo lugar vicariamente en la persona del Justo, que se dio a Sí mismo como rescate por todos. Al comer el cordero asado al fuego (emblema de juicio), el pueblo se asociaba en aquello que había tenido lugar en tipo.
El Señor Jesús deseó vivamente comer la última pascua con Sus discípulos, por cuanto formaban todos un singular círculo «familiar». Esta pascua estaba a punto de ser cumplida en Cristo mismo, que tomaba Su lugar de separación de la tierra hasta el advenimiento del reino de Dios (Lc. 22:15-18).
Manera de comer la Pascua.
Las autoridades judías señalan que la manera de comer la pascua en la época del Señor era la siguiente:
(A) Cuando todos estaban en su lugar, el presidente de la fiesta daba las gracias, y todos bebían entonces de la primera copa de vino mezclado con agua.
(B) Todos se lavaban las manos.
(C) Se preparaba la mesa con el cordero pascual, panes sin levadura, hierbas amargas, y un plato de salsa espesa (con la que se decía simbolizar el mortero con el que hacían los ladrillos en Egipto).
(D) Todos mojaban una parte de las hierbas amargas en la salsa, y la comían.
(E) Se sacaban los platos de la mesa, y los niños o prosélitos recibían instrucción acerca del significado de la fiesta.
(F) Después se volvían a traer los platos, y el presidente decía: «Ésta es la pascua que comemos, porque el Señor pasó por alto las casas de nuestros padres en Egipto.» Sosteniendo en alto las hierbas amargas, decía a continuación: «Éstas son las hierbas amargas que comemos en memoria de que los egipcios amargaron la vida de nuestros padres en Egipto.» Después se refería al pan sin levadura, y repetía los salmos 113 y 114, finalizando con una oración. Todos bebían entonces la segunda copa de vino.
(G) El presidente rompía uno de los panes sin levadura, y daba las gracias.
(H) Todos participaban entonces del cordero pascual.
(I) Para finalizar la cena, todos tomaban un trozo de pan con algo de hierbas amargas, y, habiéndolo mojado en la salsa, se lo comían.
(J) Bebían entonces la tercera copa de vino, llamada «copa de bendición».
(K) El presidente pronunciaba entonces los Sal. 115, 116, 117 y 118, y con otra copa de vino finalizaba la fiesta.
Después de la destrucción del Templo de Jerusalén por las tropas de Tito, desapareció la posibilidad de inmolar el cordero en el Templo, por lo que el judaísmo celebra desde entonces la pascua sin la víctima, sin su componente central, que era precisamente el tipo de Aquel a quien ellos rechazaron, y a quien reconocerán cuando venga en gloria (cfr. Zac. 12:9-14 ss.; 14:1-9).
Íntimamente relacionada con la pascua había la «Fiesta de los panes sin levadura». La cena pascual era el aspecto característico de esta fiesta, que se prolongaba hasta el día veintiuno del mes (Éx. 12:18; Lv. 23:5, 6; Dt. 16:6, 7). El día en que los israelitas abandonaron Egipto, Moisés les reveló que la solemnidad de la pascua duraría siete días (Éx. 12:14-20; 13:3-10). Les había dado entonces las instrucciones necesarias sólo para la primera noche (Éx. 12:21-23), informándoles que sería un estatuto perpetuo (Éx. 12:24, 25). La presencia de los peregrinos en el santuario central elegido por Jehová para la celebración de la fiesta era obligatoria sólo durante el tiempo de la cena pascual; al día siguiente podían dirigirse a sus propias localidades (Dt. 16:7). El primer día de la fiesta se correspondía con el día quince del mes, que adquiría el carácter de sábado, lo mismo que el día séptimo de la pascua: en estos días no se debía hacer ninguna obra servil, pues estaban marcados para convocación santa (Éx. 12:16; Lv. 23:7; Nm. 28:18, 25; Éx. 13:6; Dt. 16:8). Al siguiente día de este sábado, el segundo día de la fiesta, el sacerdote mecía delante de Jehová una gavilla de cebada, primicia de la siega: este gesto consagraba el inicio de las cosechas (Lv. 23:10-14; cfr. Jos. 5:10-12; Lv. 23:7, 11 en la LXX; Ant. 3:10, 15). (Véanse FIESTAS Y PENTECOSTÉS.) Pero el día del mecimiento de la gavilla no era asimilado a sábado. El año agrícola tenía más relación con la fiesta de las semanas o de pentecostés y con la de los tabernáculos o cabañas que con la pascua. Además de los sacrificios habituales en el Templo, se debían ofrecer en holocausto cotidiano, durante los siete días de solemnidades pascuales, dos becerros, un carnero, siete corderos de un año y, como sacrificio de expiación, un macho cabrío (Lv. 23:8; Nm. 28:19-23). El pan a comer durante estos siete días tenía que estar exento de levadura. La noche de la primera pascua no había levadura en la casa de los israelitas, que partieron precipitadamente, llevándose consigo masa sin levadura (Éx. 12:8, 34, 39). El pan ázimo, símbolo de pureza y verdad, recordaba esta huida precipitada de Egipto (Dt. 16:3; 1 Co. 5:8).
La Biblia menciona la celebración de la pascua:
en el Sinaí (Nm. 9:1-14),
durante la entrada en Canaán (Jos. 5:11),
bajo Ezequías (2 Cr. 30:1-27; los vv. 5, 26 hacen alusión a Salomón);
bajo Josías (2 R. 23:21-23; 2 Cr. 35:1-19),
en la época de Esdras (Esd. 6:19-22. Véanse también Mt. 26: 17 ss.; Mr. 14:12 ss.; Lc. 22:7 ss.; Jn. 28:28; Ant. 17:9, 3; 20:5, 3; Guerras 6:9, 3).
Es evidente que el término «pascua» se aplicaba a la Fiesta de los panes sin levadura, como en Dt. 16:2, 3: «Y sacrificarás la pascua a Jehová tu Dios, de las ovejas y de las vacas... no comerás con ella pan con levadura; siete días comerás con ella pan sin levadura, pan de aflicción...» Es evidente que el término «pascua», aplicado a las vacas, se refiere a la fiesta de los panes sin levadura; además, se afirma que «comerás con ella (refiriéndose evidentemente a "la pascua") siete días pan sin levadura». Esto explica a la perfección la mención de Juan (Jn. 18:28) de que los judíos rehusaron entrar en el pretorio «para no contaminarse, y así poder comer la pascua». Se ha pretendido en ciertos medios «críticos» que hay contradicción entre Juan y los Evangelios Sinópticos, por cuanto éstos sitúan la Última Cena en el día marcado por la Ley, en tanto que Juan indicaría que el Señor adelantó la celebración de la Pascua un día, muriendo el día en que se sacrificaba el cordero pascual. Pero esta idea es errónea, evidenciando ignorancia del hecho que en el judaísmo se conocía como pascua todo el período de siete días, y de que por «comer la pascua» se entendía en un sentido general participar de los sacrificios ofrecidos durante los siete días de la pascua (cfr. Anderson, Sir R.: «El Príncipe que ha de venir», el capítulo «La cena pascual», PP. 127-135).
(b) El cordero o cabrito inmolado en la fiesta de la pascua (Éx. 12:21; Dt. 16:2; 2 Cr. 30:17). Cristo es nuestra pascua (1 Co. 5:7). Él fue sin tacha alguna, como el cordero pascual (cfr. Éx. 12:5; 1 P. 1:18, 19); ninguno de Sus huesos fue quebrantado (cfr. Éx. 12:46 con Jn. 19:36); Su sangre fue nuestra redención ante Dios (Éx. 12:13). «Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad» (1 Co. 5:7, 8). El pan sin levadura exhibe aquel sentido de la gracia por medio de la fe, en el que, aparte de las influencias negativas que pueda sufrir por la carne y viejas asociaciones, puede el cristiano estar habitualmente en comunión con el sacrificio de Cristo, de manera que toda su vida sea coherente con todo lo que ello comporta.
Bibliografía:
Anderson, Sir R.: «El Príncipe que ha de venir» (Pub. Portavoz Evangélico, Barcelona, 1980),
Anderson, Sir R.: «The Gospel and its Ministry» (Kregel Publications, Grand Rapids, 1978),
Anderson, Sir R.: «Redemption Truths» (Kregel Publications, 1980);
anónimo: «Las siete fiestas de Jehová» (Editorial «Las Buenas Nuevas», Montebello, California 1968)
Darby J. N.: «The blood of the Lamb» en Bible Treasury dic 1875 (reimpres 1969 H. L. Heijkoop, Winschoten, Holanda),
Edersheim A.: «The Life and Times of Jesus the Messiah» (Wm. Eerdmans, Grand Rapids, reimpr. 1981)
Edersheim A.: « The Temple, its Ministry and Services as they were at the time of Christ» (Eerdmans, reimpr. 1983)
Edersheim A.: «Old Testament Bible History (Eerdmans, reimpr., 1984);
Mackintosh, C. H.: «Éxodo» (Ed. «Las Buenas Nuevas», 1960).