El que se cuida de un rebaño.
Abel tenía un rebaño de ganado menor (Gn. 4:2).
Desde Abraham a Jacob y sus hijos, los patriarcas fueron ganaderos y pastores (Gn. 13:1-6).
Jabal, Abraham y los recabitas fueron nómadas; moraban en tiendas y llevaban a sus rebaños y ganados de lugar a lugar para hallar pastos (Gn. 4:20; cfr. 13:2, 3, 18 y 20:1; Jer. 35:6-10).
Otros ricos propietarios de ganaderías y rebaños residían en ciudades, en tanto que sus siervos iban de pasto a pasto con los animales (1 S. 25:2, 3, 7, 15, 16; cfr. Gn. 37:12-17).
Había también el pastor sedentario, que salía por la mañana con su rebaño, y lo devolvía por la noche al redil (Jn. 10:1-4). (Véase REDIL.)
Con frecuencia, el rebaño era confiado:
al hijo (Gn. 37:2; 1 S. 16:11, 19),
a la hija (Gn. 29:9; Éx. 2:16, 17)
o a un asalariado (Gn. 30:31, 32; Zac. 11:12; Jn. 10:12).
El propietario exigía del pastor el precio de todo animal desaparecido (Gn. 31:39). La Ley de Moisés libraba al asalariado de esta obligación, si podía probar que la pérdida no había sido consecuencia de una negligencia (Éx. 22:10-13).
El pastor iba temprano al redil, donde se hallaban varios rebaños, y llamaba a sus ovejas. Éstas reconocían su voz, y lo seguían. Esto último es una realidad en Oriente, así como que cada oveja tiene un nombre y que conoce la voz del pastor, y constituye un hermoso tipo de la relación de Jehová con Israel (Sal. 23) y de Cristo con la Iglesia (Jn. 10:2-16). Las ovejas de otros pastores no prestaban atención a su voz (Jn. 10:2-5).
El pastor conducía el rebaño a los pastos, quedándose allí todo el día, y en ocasiones incluso la noche (Gn. 31:40; Cnt. 1:7; Lc. 2:8); los defendía de las fieras y contra los merodeadores (1 S. 17:34, 35; Is. 31:4), recogía a la perdida (Ez. 34:12; Lc. 15:4). Se cuidaba de las ovejas recién paridas (Is. 40:11) y de las esparcidas (Ez. 34:4, 16; Zac. 11:9).
El pastor llevaba un zurrón y un arma defensiva. Si hacía mal tiempo, se envolvía en su manto (1 S. 17:40; Jer. 43:12). Su cayado, muy parecido al usado por nuestros pastores en España, le permitía dirigir el rebaño, reunirlo y defenderlo (Sal. 23:4; Mi. 7:14; Zac. 11:7). Era ayudado por los perros, que no eran demasiado dóciles ni fieles, pero que, al ir detrás del rebaño, señalaban el peligro con sus ladridos (Jb. 30:1).
En las Escrituras, Jehová es presentado como pastor de Israel, especialmente de los fieles (Gn. 49:24). Cristo es el «Buen Pastor». Él no ha entrado furtivamente en el redil, sino por la puerta. Sus ovejas responden con confianza al oír sus nombres y rehúsan seguir a otros. Al sacrificar Su vida por ellas, les ha demostrado Su amor (Jn. 10:1-18).
Todos los que tenían una posición en la teocracia: profetas, sacerdotes, reyes, eran considerados por el pueblo como pastores subalternos; su infidelidad a Jehová es frecuentemente mencionada (Is. 56:11).
En el NT hay el don de los pastores para la iglesia, para alimentar y pastorear las ovejas; los ancianos u obispos son asimismo exhortados a tener cuidado de la grey del Señor, siguiendo el ejemplo de Cristo, el Gran Pastor de las Ovejas, y Señor del rebaño y de los encargados de cuidarlo (cfr. Ef. 4:11; He. 13:7, 17, 20, 24; 1 P. 5:1-4). (Véase IGLESIA.)