Dios es un Dios de paz; esta afirmación aparece con frecuencia en las Escrituras (Ro. 15:33; 16:20; 2 Co. 13:11; 1 Ts. 5:23; He. 13:20, etc.). En cambio, en el mundo ruge la guerra: entre Satanás y Dios, entre las razas, naciones, individuos y en el corazón de cada individuo. El universo está perturbado por todo lo que ello comporta en inseguridad, angustia, insatisfacción. Ello se debe a la revuelta cósmica de ángeles y hombres caídos contra Dios; todos ellos han venido a ser «gentes rebeldes» (Ez. 2:3), «hijos de desobediencia» (Ef. 2:2; 5:6). La realidad es que también ellos sufren en su estado, y desean ardientemente gozar de la paz, aunque dentro de su desobediencia (Dt. 29:19).

Es patético contemplar los esfuerzos desesperados de las naciones para alejar de sí los peligros de la guerra y de la destrucción atómica, sin que se manifieste un movimiento sincero de arrepentimiento y de fe.

La Escritura declara: «No hay paz para los malos, dijo Jehová» (Is. 48: 22; 57:20-21) Frente a esta severa declaración no faltan los políticos, ni los profetas falsos que anuncian: «Paz, no habiendo paz» (Ez. 13:10; cfr. Jer. 6:14; 8:11).

Es desafortunadamente cierto que habrá, aquí en la tierra, un terrible ajuste de cuentas y que un día será quitada «de la tierra la paz (Ap. 6:4) y que el último conflicto será el más mortífero de todos (Ap. 6:8; 19:15-28)

Únicamente Jesús puede resolver esta guerra continua y restablecer la paz «Él es nuestra paz» (Ef. 2:14). Él se lanzó en medio del conflicto aceptando ser golpeado por la vara de la justicia divina que nos perseguía (Ef. 2:13-17; Col. 1:20). Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo; Él mismo estableció la paz y está desde entonces proclamando la amnistía; Él hace mudar al rebelde arrepentido en una criatura de paz (2 Co. 5:17-21). Ésta es la razón de que todo creyente justificado tiene paz para con Dios (Ro. 5:1). La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, puede desde entonces guardar su corazón y su mente en Cristo Jesús (Fil. 4:7). Conoce el gozo y la ventura; en paz se acuesta y duerme (Sal. 4:7-9). Esta paz no es el producto artificial y pasajero de un esfuerzo humano, sino el fruto del Espíritu (Gá. 5:22), dada por el mismo Dios (2 Ts. 3:16). El hijo de Dios debe ahora vivir en paz (Ro. 12:18; 1 Ts. 5:13; He. 12:14; Stg. 3:18), sin embargo habrá aquellos que le odiarán y perseguirán por cuanto Cristo vino «no para traer paz, sino espada (Mt. 10:34). Y será así en tanto que los individuos y las naciones se dejen seducir por aquel que es homicida y mentiroso desde el principio (Jn. 8:44). Pero la gloriosa certidumbre de la vuelta del Señor nos da la certeza de que pronto la paz reinará sobre toda la tierra. La paz será la característica principal, junto con la justicia, del reinado del Príncipe de Paz (Is. 2:4; 9:5-6; Sal. 27:7). «Bienaventurados los pacificadores» (Mt. 5:9).


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