Las experiencias de los israelitas en su estancia en el desierto, desde su salida de Egipto hasta su entrada en Canaán, durante cuarenta años. Los israelitas fueron siempre dirigidos por Dios en cuanto a sus viajes y cuándo y dónde plantar y levantar el campamento, haciéndolos andar errantes debido a su pecado (cfr. Nm. 32:13).
(a) Límites y extensión del desierto.
Este gran país desértico presenta la forma de un triángulo, cuya base está constituida por la costa sureste del Mediterráneo y por la frontera meridional con Palestina. Su límite occidental está formado por las depresiones en las que se hallan el golfo de Suez y los lagos Amargos. El lado oriental corre a lo largo del golfo de Ákaba y de la depresión del Arabá. La base del triángulo mide alrededor de 322 Km., y su superficie es de alrededor de los 57.000 km2. Este territorio podría llamarse «desierto de las peregrinaciones», en árabe Bãdiyat et-Tîh, término éste que tan sólo se aplica a la altiplanicie situada al norte del Sinaí. Los pueblos de la antigüedad evitaban estas regiones estériles. Los israelitas fijaron los limites meridionales de la Tierra Prometida en la vecindad inmediata de este territorio. Los egipcios mantenían fortificaciones hasta allí donde comenzaba esta zona de desierto.
(b) Las cuatro regiones características de este territorio triangular.
(A) La parte arenosa, que se extiende como una franja a lo largo del Mediterráneo, desde Filistea hasta la frontera con Egipto y más allá. Esta franja gira hacia el sur, rebasa Suez a unos 16 Km. y se corresponde con el desierto de Shur (Gn. 16:7).
(B) Al norte y al centro, el triángulo está constituido por una altiplanicie calcárea, árida, con una altura entre los 600 y 762 m.; desciende hacia la zona arenosa de la costa mediterránea, y está cubierta de colinas al noreste. Una cadena de montes de 1.220 metros y más de altura encierra el resto del perímetro. Esta cadena recibe en la actualidad el nombre de Jebel et-Tîh. En medio de este vasto territorio desértico hay lechos de torrentes que sólo llevan agua cuando se dan lluvias. La altiplanicie calcárea, con sus ramificaciones montañosas al noreste, se llamaba desierto de Parán (Nm. 10:11, 12; 13:26; 1 S. 25:1). Los israelitas vagaron por esta región durante treinta y ocho años. A esta región, situada entre Horeb y Cades, se la llama «aquel grande y terrible desierto» (Dt. 1:19). Sin embargo, los wadis tienen algo de vegetación, especialmente después de las lluvias. En los alrededores de Cades, y a lo largo del Arabá, hay numerosas fuentes cuya agua puede ser aprovechada cavando pozos.
(C) Unos estratos de arenisca cruzan la península, al sur de la cadena de Jebel et-Tîh. Esta zona, también arenosa, tiene una altura de alrededor de 457 m. Es muy rica en yacimientos minerales.
(D) La cuarta región del triángulo consiste en macizos calcáreos cerca del monte Sinaí.
(c) La peregrinación de cuarenta años en el desierto.
El registro bíblico afirma en varias ocasiones que había entonces seiscientos mil israelitas por encima de los veinte años de edad, lo que implicaría una población de unos dos millones de personas. Esta multitud subsistió en el desierto gracias a la ayuda y milagros de Dios. Cuando el pueblo estaba a punto de entrar en Canaán, Moisés les recordó que durante todas sus peregrinaciones Dios los había traído «como trae al hombre a su hijo» (Dt. 1:31). El milagro del maná se produjo por vez primera en el desierto de Sin, renovándose cotidianamente durante cuarenta años, hasta llegar a la frontera de Canaán (Éx. 16:1, 4, 14, 15, 35). El milagro de las codornices, dado como señal, fue limitado en el tiempo (Éx. 16:12, 13). En Refidim hallaron agua (Éx. 17:3-4). En el segundo año se les volvió a dar codornices durante un mes (Nm. 10:11; 11:4-6, 31). Al final de los cuarenta años, en Cades, Dios hizo salir agua de la roca (Nm. 20:2-11). Sin embargo, el pueblo sufrió mucho en el desierto, especialmente debido a sus murmuraciones y a su resistencia a Dios (Dt. 1:19; 8:15; Éx. 17:1, 2, 3; Nm. 20:2; 10:33 y 11:1, 34, 35; 21:4, 5, 6; Dt. 8:12-18). Ello no obstante, en último término el Señor pudo decir a Israel: «nada te ha faltado» (Dt. 2:7).
El relato bíblico muestra que el maná que los israelitas desdeñaron era un alimento suficiente, y que el agua les fue siempre facilitada, aunque alguna vez fue probada su fe acerca de ella. Notas importantes acerca del agua:
(A) los camelleros egipcios, en caso necesario, se abstienen de agua de la mañana hasta la tarde, cuando acompañan a viajeros a las regiones arenosas. El doctor Robinson informa que su guía árabe bebía la leche de las camellas, y que sus animales, tanto las ovejas como las cabras, pueden pasarse sin agua hasta tres y cuatro meses si pueden disponer de pasto (Researches 1.150). Es indudable que los israelitas transportaban odres llenos de agua, que llenaban en cada ocasión. En Éxodo (Éx. 15:22) se señala que al comenzar el viaje tenían agua para tres días de marcha. Los wadis secos o la llanura árida ocultan frecuentemente fuentes o corrientes de agua subterráneas que los israelitas hubieran podido aprovechar. Según el geólogo Fraas, los llamados pozos de Moisés, que se hallan en el desierto a poca distancia de Suez, son alimentados por una corriente de aguas subterráneas que provienen de los montes de er-Rahah, a una distancia de 16 a 22 Km. El wadi Gharandel, generalmente identificado con Elim, tiene una de estas corrientes subterráneas, a la que recurren los árabes cuando se seca la corriente a cielo abierto. Aunque se haya dado una sequía de dos o tres años, se encuentra agua al cavar (Robinson, Researches, 1:69, 167; Ritter, Erdkunde, 14:161, 185). Los israelitas conocían esta particularidad del desierto (Nm. 21:17, 18). Su emigración en masa no excluía la dispersión de algunos grupos, para aprovechar todos los recursos del desierto. Por otra parte, los israelitas podían actuar de diversas maneras para retener el agua. En la estación de las lluvias se dan verdaderas trombas de agua que desbordan los wadis. Al inicio de la era cristiana, los monjes del Sinaí y los nativos de los parajes de Cades elevaron diques a través de las barrancas, y cavaron cisternas en las que conservar el agua. Durante los treinta y ocho años de estancia en el desierto, los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob pudieron hacer perfectamente lo que ya habían hecho sus antepasados: cavar trincheras y hacer depósitos para el agua de la lluvia. Hay que señalar que un examen del itinerario de los israelitas en el desierto revela que durante los 38 años de estancia estuvieron siempre en las lindes de tierra habitada, entre Cades y Ezión-geber (véanse los mapas correspondientes).
(B) En la antigüedad, la península no estaba totalmente desprovista de árboles. Durante siglos suministró carbón vegetal procedente de las acacias, y que los árabes no se han molestado en repoblar. Son numerosos los exploradores del Sinaí que han observado sirviéndose de carbón vegetal: Bartlett en 1.874 («From Egypt to Palestine»); Burkhardt en 1812 (Erdkunde 14:274, 342). En una época muy anterior, los egipcios explotaban las minas de cobre en los montes del Oeste y seguían haciéndolo hasta bien después del éxodo de los israelitas. Se servían en ocasiones de vigas de madera de acacia para sostener los techos de las galerías. La fundición del mineral, practicada en gran escala, exigía grandes cantidades de leña (cfr. Palmer: «Desert of the Exodus» 1:205 y 26, 43, 231-235; Erkunde 14:786-787). A este respecto se debe recordar la desaparición de los grandes bosques de cedros del Líbano y de su consiguiente desertización. No se puede contemplar el éxodo de Israel y su peregrinación por el desierto desde la perspectiva de las actuales condiciones de extrema aridez. El desarbolamiento del Sinaí, que ya había empezado antes del éxodo, y que ha seguido hasta nuestros días, ha sido causa de una variación en la climatología, con la consiguiente disminución en la precipitación pluvial y el progresivo secamiento de la península. Cuando había más vegetación, las lluvias se daban en intervalos más regulares y menos apartados, como sucede con los lugares arbolados. Al llegar el agua con más regularidad y menos violencia, llenaba los wadis sin arrastrar la tierra ni la vegetación. Las fuentes eran más numerosas. Los cursos de agua no se desvanecían tan rápidamente, o quizás había algunos que fueran perennes. Bajo una dirección sabia y previsora por parte de un caudillo conocedor del desierto y de sus recursos, todo un pueblo podía vivir en esta zona si se llevaba a cabo una prudente administración del agua.
(d) El itinerario de los israelitas.
Lugares identificados: Sucot, en Egipto, al inicio del viaje. El Arnón, río al que el pueblo llegó al final de los cuarenta años, después de cruzar el desierto. Cades: Ain Kadis. Allí se estableció el campamento dos veces. Era el lugar desde donde los israelitas debían pasar directamente a la Tierra Prometida. Ezión-geber, donde el campamento se hallaba justo antes de la segunda marcha hacia Cades, y cerca de donde pasaron más tarde al dirigirse hacia el Arnón. El monte Sinaí es situado, unánimemente, en la península que lleva su nombre. El campamento de Mosera se hallaba adyacente al monte Hor, en los límites de Edom. Los pozos de Bene-jaacán y del monte Gidgad se hallaban asimismo cercanos a los límites de Edom. Punón se hallaba al este de Edom y al noreste de Petra. La identificación de estos lugares permite seguir el itinerario sin dudas de ningún género. La enumeración que hace Moisés de las etapas del viaje, a partir de Ramesés y de Sucot, se halla en Nm. 33, en el que los campamentos mencionados después de Sinaí son los lugares en los que estuvo el Tabernáculo. Los israelitas se podrían dispersar, en parte, por el desierto, para hallar pastos para el ganado. Cuando el pueblo se reunía, constituía un gran campamento, extendiéndose por diversas poblaciones cuando llegaba a lugares ya colonizados. Ésta sería la razón de que en ocasiones se den nombres diferentes para el mismo campamento (cfr. Nm. 25:1; 33:49). Los textos de Éx. 12 a Nm. 25 informan de las marchas y de los incidentes de la peregrinación. En su discurso de Deuteronomio, Moisés hace frecuentes alusiones a los acontecimientos que tuvieron lugar durante las marchas, sirviéndose de estos hechos para apoyar su argumentación pero no dándolos por orden cronológico.