En el NT se hace alusión a la condición de extranjeros y peregrinos que los cristianos tienen en su paso por esta tierra (1 P. 2:11). La ciudadanía del cristiano está en los cielos (Fil. 3:20), donde está Cristo resucitado, y donde debe tener puestos sus afectos, por cuanto el cristiano ha muerto con Cristo y su vida está escondida con Cristo en Dios (Col. 3:1-4). De esta manera participa del noble carácter de aquellos testigos de Dios que, en el pasado, iban en pos de la ciudad celestial, habiendo salido de la ciudad terrena, morando como extranjeros y peregrinos en la tierra que les había sido prometida (He. 11:8-10, 13-16). Durante este peregrinaje el Señor enseña a los Suyos a conocerle a Él y Su actividad en gracia y en gobierno, y también para que se conozcan profundamente a sí mismos (cfr. Dt. 8:2-5). Durante la peregrinación del cristiano, éste tiene asimismo el privilegio de actuar como «embajador» de Cristo ante un mundo que lo ha rechazado (cfr. 2 Co. 5:17-21). La conducta del peregrino y su meta última quedan recapituladas en Tit. 2:11-15.


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