Los israelitas hacían mucho uso de los perfumes y de los óleos perfumados, para el cuidado de los cabellos y del cuerpo (Ec. 7:1; 9:8; Est. 2:12).
El áloe, la casia, la canela, la mirra, el incienso, el nardo, bien cultivados en el valle del Jordán, bien importados de Arabia y otros lugares, servían como base para los perfumes (Eclo. 24:15). Las plantas aromáticas se llevaban en saquitos (Cnt. 1:13); también se pulverizaban o quemaban (Cnt. 3:6). La esencia aromática, obtenida por destilación, se metía en cajitas que se colgaban de la cintura; mezclada con aceite, esta esencia se usaba en ocasiones como ungüento (Is. 3:20; Cnt. 1:3; Jn. 12:3). Los perfumes se mezclaban (Éx. 30:23, 24; Jn. 19:39). Se aplicaban al cuerpo, a los vestidos e incluso a los muebles (Sal. 45:8; Pr. 7:17; Cnt. 4:11).
El bálsamo de Galaad y los colirios se empleaban en medicina (Jer. 8:22; Ap. 3:18).
Jesús fue ungido con perfumes de gran precio (Lc. 7:36-50; Mt. 26:6-13). Para sepultar a un difunto se empleaban perfumes y especias aromáticas; en ocasiones, aunque más raramente, los cadáveres eran embalsamados (Lc. 23:56; Jn. 19:39-40).
Los ungüentos de Palestina se hacían a base de aceite de oliva perfumado (cfr. 2 R. 20:13; Pr. 27:9; Ec. 10:1; Cnt. 4:10; Is. 57:9; Am. 6:6). (Véase BÁLSAMO.)
Consideración especial merece el incienso sagrado, «un perfume según el arte del perfumador» (Éx. 30:35) para ser quemado en el Tabernáculo. Se componía de estacte, uña aromática, gálbano aromático e incienso puro a partes iguales en peso. Nadie podía prepararlo para usos privados, bajo pena de muerte (Éx. 30:34-38).
Tipológicamente, representa las excelencias de Cristo, que eran un incienso de olor grato a Dios.