El perro palestino es análogo al perro vagabundo de la India.
Al comienzo de la historia del pueblo de Israel se le ve rondando por las calles y por las afueras de las ciudades (Sal. 59:6, 14), alimentándose de lo que les echaran (Éx. 22:31), lamiendo la sangre derramada (1 R. 22:38; Sal. 68:23) y devorando los cadáveres (1 R. 14:11; 16:4; 2 R. 9:35, 36).
En algunas ocasiones, los perros se reúnen para atacar a los hombres (Sal. 22:17, 21).
Entrenado, desde una época remota, para ayudar al pastor, a proteger a los rebaños contra las fieras y los ladrones (Jb. 30:1). En ocasiones, ya domesticado, seguía a su dueño de lugar en lugar (Tob. 5:11; 11:4), quedándose con él en la casa, comiendo las migas que caían de la mesa (Mr. 7:28).
Jesús habla de los perros lamiendo las llagas del pobre, a la puerta del rico (Lc. 16:21).
Los antiguos se servían de los perros para la caza. Eran considerados como inmundos por sus hábitos alimentarios y por sus costumbres. Llamar a alguien perro era un grave insulto (1 S. 17:43; 2 R. 8:13).
El término perro se emplea como metáfora para designar a los que son incapaces de apreciar lo grande y lo santo (Mt. 7:6), a los cínicos y a los propagadores de falsas doctrinas (Fil. 3:2). Lo mismo que un perro que vuelve a su vómito, vuelven ellos a los pecados que habían hecho profesión de abandonar para siempre (2 P. 2:22; cfr. Pr. 26:11).
Se cree que «el precio de un perro» (Dt. 23:18) es una alusión a la sodomía.
Los judíos de épocas posteriores llamaban «perros» a los paganos porque, según la Ley, eran impuros. El mismo Jesús utiliza este término para expresar, de una manera contrastada, su doctrina de la gracia (Mt. 15:26; Mr. 7:27). Finalmente, en Apocalipsis se denomina perros a los excluidos del cielo (Ap. 22:15).