(gr. «plêrõma»).
Aunque se traduce generalmente como «plenitud», también se vierte como «cumplimiento», «abundancia» y «plena restauración». Derivado del verbo «pleroõ» (llenar), significa «aquello que es o ha sido llenado», y también «aquello que llena algo o con lo que se llena algo». De ahí su significado de «plenitud» o «cumplimiento».
Aparte de usos más o menos literales, como el del llenado de las doce cestas con sobras (Mr. 6:43; 8:20, lit. «la llenura, o plenitud de ... canastas»), se usa:
(a) de «la plenitud de los gentiles» que indica el cumplimiento del número de los gentiles en esta dispensación de la gracia (cfr. Ro. 11:25).
(b) de la «plena restauración» (o «plenitud») de Israel (Ro. 11:12),
(c) del amor, que no es una mera parte a cumplir de la Ley, sino que es «la plenitud», el cumplimiento total de las demandas de la Ley (Ro. 13:10),
(d) de la plenitud o cumplimiento del tiempo
(A) en la primera venida del Señor (Gá. 4:4) y
(B) en la segunda venida del Señor cuando Cristo venga «en la dispensación del cumplimiento» (o «la plenitud») de los tiempos, así: esta expresión denota aquel lapso de tiempo con el que culmina un periodo anterior a él.
(e) Se aplica a la Iglesia, cuerpo de Cristo, «la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo» (Ef. 1:23). Así, la Iglesia es la plenitud de Cristo, aquello en lo que Cristo halla Su plenitud de propósito, el cumplimiento último de Sus deseos y propósitos. A su vez, el creyente tiene como destino ser «lleno de toda la plenitud de Dios» (Ef. 3:19), unido a Cristo por el Espíritu como miembro de Su cuerpo, y llenado de todos los dones, riquezas y poder y amor de Dios consonantes con su unión con la Cabeza celestial, gozando de Su presencia, gracia y poder.
En Cristo «habita toda la plenitud de la Deidad corporalmente» (cfr. F. Lacueva, «Nuevo Testamento interlineal griego-español», loc. cit.), porque «en él tuvo a bien que toda la plenitud habitase» (Col. 1:19, cfr. F. Lacueva, op. cit, loc. cit). Esta plenitud significa la manifestación de la realidad plena de Dios en Cristo de una manera ilimitada, de Su identificación con Él, morando en Cristo en todo Su poder y atributos, en toda Su naturaleza y ser. Toda la plenitud del ser y naturaleza de Dios habita constante y permanentemente en Cristo. No se puede hacer limitación alguna a esta realidad de que Dios está en Cristo, siendo así Cristo, de una manera plena y perfecta, la manifestación de Dios, el mismo Dios manifestado en toda Su plenitud y totalmente comunicado a Cristo, Dios hecho carne. Así, Cristo es denominado «la imagen del Dios invisible». En palabras de F. F. Bruce: «Llamar a Cristo la imagen de Dios es decir que en Él el ser y la naturaleza de Dios han sido perfectamente manifestadas, que en Él lo invisible se ha hecho visible.., ahora se ha concedido una revelación insuperable de Su «eterno poder y Deidad» (en Cristo). (The «Christ Hymn» of Colossians 1:15-20, Bibliotheca Sacra, abr.-jun. 1984, p. 101). Y esta plenitud de Cristo está en violento contraste con las doctrinas gnósticas, y otras, que pretendían que la plenitud estaba graduada en toda una serie de «eones» o de «emanaciones divinas» que cubrían la distancia entre un Dios totalmente espiritual y el hombre en su naturaleza corporal, en una secuencia cada vez más y más espiritual a través de la que tenía que ascender en una larga cadena de mediación. En contraste con todo esto, Pablo insiste en la singularidad de la mediación de Cristo, con exclusión de cualquier otro pretendido mediador (cfr. 1 Ti. 2:5), y en el hecho de que toda la plenitud habita en Él (Col. 1:19), siendo esta plenitud la de la Deidad (Col. 2:9).