Prohibida en Israel (Lv. 19:29; 21:9; Dt. 23:17), fue sin embargo practicada debido a la relajación de las costumbres y por la influencia corruptora del paganismo que había alrededor (Gn. 38:21; Jos. 2:1; Jue. 11:1; 16:1).

El culto de los lugares altos y de los templos cananeos, babilónicos, griegos, etc., comportaba una clase de «prostitutas sagradas» (gr. «hieródulas»). También había prostitución masculina «sagrada» (gr.: «hieródulos»): los cultos de Baal, Astarté y Dionisos de Biblos eran licenciosos en extremo (1 R. 14:23-24; Os. 4:13-14).

En la época de Salomón y de sus sucesores, la prostitución se extendió entre los mismos israelitas, principalmente por medio de mujeres extranjeras (1 R. 3:16; 11:1; 22:38; Pr. 5:3-8, 20; 6:24-26; 7:5-27; 23:27). Llegaron a existir «casas de placer» (Ez. 16:24, 31; 2 R. 23:7). Se decía asimismo que alguien «se prostituía» cuando mantenía relaciones ilícitas, aun cuando fuera con una sola persona (Gn. 38:24; Dt. 22:21). Los profetas y los reyes fieles reaccionaron vivamente contra este estado de cosas.

Los apóstoles se enfrentaron en el mundo grecorromano con una gran relajación de las costumbres. Pablo da una vívida descripción de la situación en Ro. 1:23-28, entre otros pasajes, y en sus epístolas no deja de exhortar a los cristianos a la pureza y al dominio propio (1 Co. 6:9-20; Gá. 5:19, 23; Ef. 4:17-24; 5:3-5; Col. 3-5; 1 Ts. 4:3-7; 1 P. 4:3; Ap. 2:20, etc.).

En sentido figurado, los términos prostitución y adulterio expresan el abandono de Jehová por parte de su pueblo y la infidelidad espiritual. Jerusalén, la ciudad que hubiera debido ser santa, es comparada a una ramera (Is. 1:21; Jer. 2:20; cfr. 3:1; Ez. 16:15, 17, 20; 23:1-21; Ap. 17:1, 5, 15; 19:2). Sin embargo, Dios está dispuesto a perdonar a Su pueblo en su arrepentimiento, y a hacer de la nación, una vez purificada, una esposa casta y fiel (Os. 2-3).


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