Reciben este nombre los escritos judíos aparecidos, en su mayor parte, entre los años 150 a.C. y 100 d.C., que no fueron admitidos en el canon del AT (véase CANON). Su nombre se debe a que dan un nombre falso de autor. Hay otros libros, entre los apócrifos, que son atribuidos a autores ficticios (véase APÓCRIFOS).
A continuación se da una relación de los escritos pseudoepigráficos que aparecen en la traducción de ellos publicada por Kautzsch (Tübingen, 1900). Ciertos escritos clasificados como apócrifos figuran asimismo como pseudoepígrafos, y no son tratados aquí (véase APÓCRIFOS). Se pasan por alto asimismo las obras carentes de valor religioso.
Lista:
(a) Leyendas:
La carta de Aristeas,
el Libro de los Jubileos,
el Martirio de Isaías.
(b) Poesía:
Los Salmos de Salomón.
(c) Libros didácticos:
el cuarto libro de Macabeos.
(d) Apócrifos:
Los Oráculos Sibilinos,
el libro de Enoc,
la Asunción de Moisés,
el cuarto libro de Esdras,
los apócrifos de Baruc (uno Sirio y otro griego),
los Testamentos de los Doce Patriarcas,
la Vida de Adán y de Eva.
La carta de Aristeas. El autor se presenta como un alto dignatario de la corte de Egipto, y como un gentil. Escribe a un amigo (Filócrates) para relatarle el origen de la versión griega de la Biblia (LXX): «El rey Ptolomeo II Filadelfo escribió al sumo sacerdote Eleazar para conseguir una traducción de la Ley de los judíos. Eleazar envió a Ptolomeo setenta y dos doctores (seis de cada tribu). Después de haber cautivado al rey con su sabiduría durante un banquete en la corte, los doctores fueron instalados en la isla de Faros, y se pusieron a trabajar. Dedicaban ocho horas diarias a ello, mientras que Demetrio de Falero, curador de la célebre biblioteca de Alejandría, consignaba por escrito la traducción de la Biblia en la que los setenta y dos doctores mostraron una total unanimidad. La tarea quedó finalizada en setenta y dos días.» Este relato es legendario. No puede provenir de un pagano, por cuanto la Ley queda muy glorificada. Es evidente que no fue redactada a principios del siglo III a.C., porque el autor comete graves errores acerca de la cronología de Ptolomeo II. Los detalles que da acerca de Palestina permiten llegar a la conjetura de que volvió alrededor del año 100 a.C., aunque ciertamente antes de Filón y Josefo, por cuanto estos últimos se hicieron eco de esta leyenda.
Los Salmos de Salomón. Son dieciocho. Están redactados según las reglas del paralelismo hebreo (véase POESÍA HEBREA). Parece que deben ser atribuidos a un mismo poeta. Su celo por la Ley, y su hostil actitud hacia la dinastía de los Asmoneos, así como sus esperanzas mesiánicas, permiten ver en él a un miembro de los hasidim, un grupo fervorosamente religioso anterior a los fariseos y con semejanzas a ellos. La evidencia interna muestra que el autor no tenía la intención de hacer pasar sus poemas como de Salomón. Es evidente que este nombre fue añadido posteriormente. El motivo que le movió a escribir fue la brutal profanación del Templo por parte del impío Pompeyo en el año 63 a.C. A esta obra se le ha asignado una fecha más antigua al ver en el hombre maldito que el poeta señala no a Pompeyo, sino a Antíoco Epifanes. Entonces, los reyes malvados no serían los asmoneos, sino los seléucidas. Pero esta hipótesis hace violencia a la evidencia interna de la obra, y provoca más problemas de los que pretende resolver. La opinión más verosímil es la que sitúa su redacción poco después del año 63, o incluso después de la muerte de Pompeyo, sobrevenida el año 48 a.C.
Estos dieciocho salmos, a excepción del primero, llevan, como ya se ha señalado, un encabezamiento con el nombre de Salomón. Escritas en griego, dan evidencia de su original redacción en hebreo. Su época de redacción es suficiente para descartar cualquier origen salomónico. Esta obra había desaparecido totalmente hasta que se descubrió un ms. en el siglo XVII, siendo entonces publicado. Recientemente se ha hecho un descubrimiento análogo, aunque de fecha indudablemente más tardía, las Odas de Salomón. Es una recopilación de cánticos y oraciones: catorce fragmentos (siete de ellos procedentes del AT, tres de los apócrifos, dos del NT, y un último fragmento de aire novotestamentario, aunque de redacción independiente: se trata de una acción de gracias y oración a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo). Se halla en algunos mss. (Alejandrino) y en ediciones de la LXX (Swete).
Cuarto libro de los Macabeos. Se trata de una obra didáctica, especie de disertación filosófica destinada a mostrar la superioridad de la razón sobre las pasiones. La argumentación se basa sobre la historia judía. El autor amplía considerablemente el relato de 2 Mac. 6-7 (el martirio de Eleazar y el de la madre con sus siete hijos). 5/6 de la extensión del libro están dedicadas a este relato. De ahí su nombre de 4 Mac.
Esta obra fue redactada en gr., pero se dirige a los judíos. Su autor predica la obediencia a la Ley. Cree en la supervivencia del alma. Parece anterior al año 70 d.C. Se señalan diversos lugares de redacción, siendo los más favorecidos Egipto y Antioquía de Siria, donde se hallaban las tumbas de los mártires macabeos. La atribución que se hace de esta obra a Josefo, sostenida por Eusebio de Cesarea, carece de fundamento. (Véanse APÓCRIFOS, QUMRÁN.)
Bibliografía:
Charles, R. H.: «The Apocrypha and Pseudepigrapha of the Old Testament in English» (Oxford, 1913);
Kautzsch, E.: «Die Apocryphen und Pseudoepigraphen des Alten Testaments» (Tübingen, 1900);
véase también:
Delcor, M.: «Apócrifos Bíblicos, Libros apócrifos del Antiguo Testamento» (artículo que, al ser escrito por un autor catolicorromano, trata sólo de los pseudoepigráficos en lo que respecta al AT), en Gran Enciclopedia Rialp, Vol. II PP. 473-477; «Biblical Literature - the Pseudoepigraphical Writings», en Encyclopaedia Britannica, Macropaedia, Vol. II, PP. 935-938.