Término que, aunque en ocasiones usado de retribución para el mal (Sal. 91:8; Abd. 15), se usa más generalmente de algo que se da en reconocimiento de una conducta satisfactoria para quien la da.
En el NT se habla con frecuencia de las futuras recompensas para los cristianos. Dirigiéndose a los Suyos, el Señor anuncia: «He aquí, yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según su obra» (Ap. 22:12). El que se dedica al servicio del Señor, si su obra permanece, recibirá recompensa (1 Co. 3:8, 14; cfr. 2 Jn. 8).
La recompensa, aunque un aliento, no debiera ser el motivo de la actuación del cristiano, que debe poder decir de corazón: «Porque el amor de Cristo nos constriñe» (2 Co. 5:14). El creyente es exhortado a no ser privado de su premio (Col. 2:18; cfr. 3:23, 24; Ap. 3:11). No se debe confundir, sin embargo, la salvación eterna con las recompensas. La salvación no es una recompensa, sino un don de pura gracia (cfr. Ef. 2:8, 9). La recompensa se da a cada creyente en base a las obras que haya hecho en fidelidad al Señor (Ef. 2:10). En el tribunal de Cristo (2 Co. 5:10) serán evaluadas, y se dará la recompensa por la construcción que cada uno haya llevado a cabo (1 Co. 3:10-14). Si la obra de un creyente es indigna de recompensa, la perderá, pero sin embargo él será salvo, sobre el terreno de la obra de Cristo, de pura gracia (1 Co. 3:14-15). (Véase JUICIO, c.)