Lugar cerrado donde se guarda el ganado menor durante la noche (Jer. 50:6; Ez. 34:14). Había numerosos rediles fijos, rodeados de un muro de piedra (cfr. Nm. 32:16), a los que se entraba por una puerta (Jn. 10:1). A menudo se protegía la parte alta del muro con ramas de arbustos espinosos. Los rebaños descansaban en el interior del recinto, al aire libre, pero indudablemente había también en la antigüedad, como en nuestros días, unas construcciones bajas situadas en una zona abrigada del lugar, y destinadas a resguardar a los rebaños del frío de la noche. Ciertos rebaños se pasaban las noches en una dehesa, bajo la vigilancia de un pastor subalterno, que guardaba la entrada. Al llegar la mañana, los pastores volvían al recinto, abriéndoles la puerta el portero. Cada pastor llamaba a sus ovejas, que reconocían su voz (Jn. 10:2-5). Se preparaban también rediles provisionales, en los pastos alejados, hechos con ramas espinosas entrelazadas. Las cuevas y otros abrigos naturales servían también de protección a los animales durante la noche. Los pastores acampaban con sus rebaños. Sobre los pastos altos, expuestos a incursiones de ladrones o de clanes enemigos, se erigían torres, en cuya proximidad pastaban los animales. Los ganados mayores y menores pasaban las noches dentro de estas torres (2 Cr. 26:10; Mi. 4:8).