Reciben este nombre las apariciones de la Deidad. Dios el Padre es invisible (Jn. 1:18; 1 Ti. 6:16). Se manifestó a los hombres en la persona del Ángel de Jehová (Gn. 16:7; Éx. 32:34; 33:14), el Ángel del Pacto (Mal. 3:1), y Cristo.
Se distingue:
- (a) Las teofanías del AT, que preparaban la venida de Cristo.
- (b) La encarnación de Cristo, Dios manifestado en carne.
- (c) El retorno de Cristo.
En el AT, Dios se manifestaba a los patriarcas de una manera intermitente (véase ÁNGEL DE JEHOVÁ). Desde el éxodo, estas manifestaciones pasajeras fueron reemplazadas principalmente por la presencia permanente de Dios, la «Shekiná» que residía entre los querubines, primero en el Tabernáculo y después en el Templo. Cuando tuvo lugar la salida de Egipto, Jehová iba delante de los israelitas en una columna de nube; de noche, aquella columna tomaba apariencia de fuego (Éx. 13:21, 22). Sobre el Sinaí se pudo contemplar una espesa nube, y después humo, porque el Señor descendió en medio de fuego (Éx. 19:16, 18). Más tarde, la nube de la gloria del Señor reposó sobre el Sinaí durante seis días, y al séptimo día el Señor llamó a Moisés. El aspecto de esta gloria era como de un fuego devorador (Éx. 24:16, 17). Cuando Moisés entraba en el primer Tabernáculo del Testimonio, la nube descendía y se detenía a la entrada de la tienda, donde Jehová hablaba con él (Éx. 33:9-11; cfr. Dt. 5:4). Cuando fue erigido el Tabernáculo, Jehová tomó posesión de él. Su gloria lo llenó, y la nube reposó sobre él de día y de noche (Éx. 40:34, 35; Nm. 9:15, 16). Moisés oía la voz del Señor dirigiéndose a él desde lo alto del propiciatorio (Nm. 7:89; cfr. Éx. 25:22; Lv. 16:2; Éx. 16:7, 10; Lv. 9:6, 23; Nm. 14:10; 16:19, 42; 20:6). Durante la dedicación del Templo de Salomón, la gloria del Señor llenó igualmente el edificio (1 R. 8:10, 11); fue retirada definitivamente durante la destrucción del Templo y de Jerusalén (Ez. 9:3, 6; 10:4, 18-19; 11:22-23).
Las apariciones pasajeras a los patriarcas habían dado paso a la presencia constante de Dios en el santuario; el paso siguiente fue la encarnación del Señor, que vino a morar en medio de los hombres. Y los hombres vieron Su gloria, gloria mucho mayor que la de la primera morada del Señor (Hag. 2:9), porque el cuerpo físico del Señor Jesucristo era un verdadero templo (Jn. 2:21), destinado a manifestar mucho mejor todavía la presencia divina entre los hombres. En la última etapa seremos introducidos ante el trono mismo del Dios totalmente revelado. Entonces no habrá más necesidad de teofanías: el Señor será todo en todos, nos veremos cara a cara, y conoceremos como somos conocidos (1 Co. 13:12; Ap. 22:3).