Gr. «paradosis», un «transmitir», ya sea oralmente, ya por escrito; una enseñanza transmitida de una a otra persona.

Se usa en el NT en sentido positivo y negativo. En el negativo, es usado en la disputa entre el Señor y los fariseos acerca de «la tradición de los ancianos» (Mt. 15:1-9; Mr. 7:1-13). La tradición oral judía parece haber sido de tres clases:

  • (a) Pretendidas leyes dadas por Moisés oralmente a los setenta ancianos, además de la Ley escrita, y que los fariseos consideraban tan vinculantes como ella;
  • (b) decisiones de jueces, que vinieron a sentar precedentes directores de futuras decisiones;
  • (c) interpretaciones de las Escrituras dadas por grandes rabinos, y que finalmente llegaron a ser consideradas con la misma reverencia que las Escrituras del AT.

De la comparación de los pasajes de Mateo y Marcos es evidente que el Señor Jesús atacó la pretensión de revelación adicional (esto es, «de los ancianos»). Al añadir a la Palabra de Dios se habían hecho culpables:

  • (a) Habían dejado los mandamientos de Dios (Mr. 7:8);
  • (b) habían desechado el mandamiento de Dios (Mr. 7:9, V.M.);
  • (c) habían quebrantado, o transgredido, el mandamiento de Dios (Mt. 15:3);
  • (d) habían invalidado el mandamiento de Dios (Mt. 15:6; Mr. 7:13).

Así, por la pretensión de una tradición oral suplementaria de la escrita, el mandamiento de Dios quedaba:

  • (a) echado a un lado o ignorado;
  • (b) desatendido en sus demandas;
  • (c) manipulado y violado; por último,
  • (d) quedaba invalidado, vaciado de todo contenido, al ser sustituido por una norma humana.

Otra mención de tradición en sentido negativo es en Col. 2:8. En este pasaje hay exegetas que ven las enseñanzas judaicas de los falsos maestros. Aunque puede haber algo de verdad en ello, es evidente que aquí el término se usa con mayor amplitud que en lo que respecta a la tradición judía. El término «tradiciones de los hombres» parece referirse al origen meramente humano, en contraste con el divino, de las falsas enseñanzas de Colosas, que parecen haber tenido características gnósticas, una mezcla de filosofía griega mezclada con conceptos populares del judaísmo de entonces.

El sentido positivo, se usa de la instrucción dada antes de que la revelación del NT hubiera finalizado (1 Co. 11:2, trad. «instrucciones»; 2 Ts. 2:15, «doctrina»; 2 Ts. 3:6, «enseñanza»). Aquí se refiere a la transmisión oral, al ministerio de enseñanza, mediante el cual transmitía el cuerpo de doctrina cristiana (2 Ts. 3:6) y las instrucciones concretas dadas a las iglesias de Corinto y de Tesalónica (2 Ts. 2:15; 1 Co. 11:2).

En todo caso, esta «tradición», esta enseñanza, es la dada por los apóstoles, y quedaría cristalizada en sus escritos. En las Escrituras no se contempla la transmisión oral de la revelación divina. La enseñanza, evidentemente, debe ser oral en muchos casos, pero debe sujetarse en todo a las Escrituras (1 Co. 4:6). El apóstol Pablo, en su despedida, encomienda a los fieles, no a las jerarquías de la iglesia y a sus enseñanzas y tradiciones, sino «a Dios, y a la palabra de su gracia» (Hch. 20:28-32). Los apóstoles eran los depositarios y transmisores de la enseñanza divina, y este depósito que ellos dejaron, la palabra apostólica, es lo que la Iglesia tiene que conservar, proclamar y vivir (cfr. Lc. 1:2; He. 2:3-4; 2 P. 1:12-20; 3:15-16; 1 Jn. 1:1-4; Jud. 3, 17).

En amplios sectores de la cristiandad actual se da un intenso paralelo con la situación del judaísmo oficial de la época del Señor. Apelando a una «tradición» que es transmitida por su «magisterio», por ejemplo, la Iglesia de Roma mantiene doctrinas como las del culto a María, «mediadora de todas las gracias», invalidando la clara declaración de que «hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Ti. 2:5); de la misa como repetición del sacrificio de Cristo en la cruz, por la cual Cristo es ofrecido, y los méritos de este sacrificio son aplicados «a los vivos y a los muertos», invalidando las claras declaraciones de las Escrituras acerca de la singularidad, irrepetibilidad y eficacia absoluta y eterna de la obra consumada de Cristo en la cruz (He. 7:24-28; 9:11-12; 24:28; 10:1-18), y muchas otras que no se pueden mencionar por falta de espacio (véanse JUSTIFICACIÓN, LEY, OBRAS, SALVACIÓN, etc.).

Bibliografía:

Gonzaga, J.: «Concilios» (International Publications, Grand Rapids, 1965);

Grau, J.: «El fundamento apostólico» (Ediciones Evangélicas Europeas, Barcelona, 1973);

Edersheim, A.: «The Live and Time of Jesus the Messiah» (Wm. Eerdmans, Grand Rapids, reimpr. 1981);

Lacueva, F.: «Catolicismo Romano» (Clíe, Terrassa, 1972);

Stott, J. R. W.: «Las controversias de Jesús» (Certeza, Buenos Aires, 1975).


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