Este término, empleado por primera vez por Tertuliano (siglo II d.C.), expresa una magna verdad bíblica. El Dios único se revela a nosotros en las tres Personas del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Hay dos facetas a considerar en base a los textos:
- (a) la deidad esencial del Hijo y del Espíritu Santo, siendo innecesario tratar la del Padre;
- (b) el hecho de que las tres Personas son un único y mismo Dios.
- (a) Deidad de Cristo.
Véase DEIDAD DE CRISTO.
- (b) Deidad del Espíritu Santo.
Véase DEIDAD DEL ESPÍRITU SANTO.
- (c) La unidad de esencia de las tres Personas divinas.
Ya al revelar constantemente al Dios único, el AT hace presentir la pluralidad en el seno de la Deidad. En Gn. 1:1 se dice, lit.: «En el principio creó los Dioses» («Elohim», forma plural, con el verbo en singular), y Gn. 1:2 ya menciona al Espíritu de Dios presente en el acto creacional. En Gn. 1:26 dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza». Después de la caída, Dios dice: «He aquí el hombre es como uno de nosotros ...» (Gn. 3:22). El NT presenta constantemente a las Tres Personas unidas en la obra de la salvación de la misma manera en que se han manifestado unidas en la de la creación. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se manifestaron en el bautismo de Jesús (Mt. 3:16-17). Cristo ordenó que los discípulos sean bautizados en el nombre (singular) del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt. 28:19). El nuevo nacimiento es posible por la regeneración obrada por el Espíritu Santo, el amor del Padre, y el don del Hijo, que murió en la cruz por nuestros pecados (Jn. 3:5-6, 14-16). El Padre, el Hijo y el Espíritu vienen a hacer Su morada en el corazón del creyente (Jn. 14:17, 23; cfr. 1 Co. 3:16-17; 6:19; Col. 1:27); comunican juntos la plenitud de la vida divina (Ef. 3:14, 16-19). La bendición apostólica se da en el triple nombre de la Deidad (2 Co. 13:13). La resurrección de Cristo es atribuida al Padre, al mismo Jesús, y al Espíritu (Hch. 2:24; Jn. 2:19; 10:17-18; Ro. 8:11); así será con la resurrección de los creyentes (Jn. 5:21; 6:40; Ro. 8:11; cfr. otros pasajes trinitarios: Hch. 2:33; 1 Co. 12:4-6; Ef. 4:4-6; 1 P. 1:2; Ap. 1:6, etc.).
Las Tres Personas de la sola Deidad están unidas de tal manera que manifiestan la plenitud del solo Dios viviente: Cada persona cumple las mismas obras y recibe la misma adoración; participan del único Ser indiviso de la Deidad, manteniendo al mismo tiempo una relación tripersonal de amor y comunicación en el seno de la Deidad, con una perfección y armonía infinitas, con una total unidad, un amor infinito, una sumisión perfecta al Padre, de quien proceden eternamente el Hijo y el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo (Jn. 15:26; Ro. 8:9; Gá. 4:6). El estricto monoteísmo del AT no queda afectado en absoluto. Simplemente, al revelarse plenamente en la persona de Cristo, Dios nos ha dado a conocer más realidades acerca de la inefable naturaleza del Dios único y verdadero. En el AT, tenemos ante todo la revelación del Creador y Señor soberano, «Dios por nosotros»; en los Evangelios, el Señor se encarnó, llegando a ser «Dios con nosotros», Emanuel. Una vez obrada la redención, en Pentecostés vino a ser «Dios en nosotros» por el Espíritu Santo.
El dogma de la Trinidad ha suscitado numerosas controversias y ensayos de explicación. Sin embargo, el creyente debe aceptar que un ser finito no puede abarcar al Infinito. ¿Quién puede sondear tal hondura? Acerca de nuestro mismo ser, Pablo menciona el espíritu, el alma y el cuerpo (1 Ts. 5:23), y no nos es posible determinar cómo están unidos y cómo tres esencias llegan a formar una sola persona. El hecho revelado de Tres Personas en el único ser de la Deidad, manteniendo, en el contexto de este único ser, una relación interpersonal de amor y comunión mutuas, no puede ser rechazado como contrario a la razón. No hay ninguna contradicción. No se afirma que Dios sea «una persona en tres personas», sino «Tres Personas en un solo Ser». Esto no es contradictorio. Supera la razón humana, pero no milita contra ella. La negación de esta verdad no proviene de una imposibilidad lógica; nuestra incapacidad de comprenderlo se debe a nuestra limitación. Es una doctrina que debe ser aceptada aunque no pueda ser comprendida. Como tampoco puede ser comprendida la existencia eterna de Dios, la maravilla de Su creación; como el hombre no puede comprender su propia naturaleza. La misma realidad, ignorada por nuestra familiaridad con ella, es incomprensible. ¡Cuánto más las riquezas del Ser de Dios, que Él se ha placido en comunicarnos en cierta medida! La respuesta ante este misterio revelado en la Biblia es la adoración al Dios único y verdadero, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo.
Bibliografía:
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