La domesticación de la vaca es muy antigua. En Egipto, Filistea y Palestina había excelentes pastos, donde se criaban los ganados (Gn. 41:2; Dt. 7:13; 1 S. 6:7). Abraham y sus descendientes tenían vacas entre sus ganados (Gn. 12:16; 32:15). La leche era parte de la alimentación (2 S. 17:29).

Las terneras podían ser sacrificio con ocasión de la ratificación de un pacto (Gn. 15:9), para el ceremonial de profesión de inocencia, cuando había un homicidio, y se desconocía al culpable (Dt. 21:3), para el rito de los sacrificios de acción de gracias (Lv. 3:1).

Las cenizas de la vaca alazana servían para la preparación del agua de la purificación que quitaba la contaminación contraída por el contacto con un muerto (Nm. 19:2; He. 9:13). En circunstancias excepcionales se ofrecían vacas en holocausto a Jehová (1 S. 6:14).


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