Constituían testimonio del hecho de que bajo la ministración de la Ley el camino al Lugar Santísimo no se había hecho manifiesto; Dios no se había manifestado abiertamente en bendición plena, y el hombre no tenía libertad para entrar a Su presencia. A la muerte de Cristo, el velo del Templo se rasgó de arriba abajo, y Dios se manifestó en plena gracia. En el cristianismo, el creyente tiene libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús, por el camino nuevo y verdadero que Él ha consagrado para nosotros por el velo, Su carne. Lograda la redención, Dios se ha dado a conocer en plena gracia, y el creyente puede acudir a Su presencia (Mt. 27:51; He. 6:19; 10:20). En He. 9:3 el velo del Templo recibe el nombre de «el segundo velo», contándose como primer velo las cortinas de la entrada.

Véase TABERNÁCULO.


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