El calzado de los hebreos era generalmente sandalias de cuero, que se ataban mediante correas. Antes de entrar en una sala se quitaban las sandalias, lo mismo que para comer (cfr. Lc. 7:38). En las casas ricas, un esclavo o siervo quitaba el calzado a los invitados (cfr. Mr. 1:7). Las personas debían descalzarse antes de entrar en un lugar santo (Éx. 3:5; Jos. 5:15). No se da la descripción del calzado en la relación de las prendas sacerdotales, lo que permite suponer que los sacerdotes llevaban a cabo sus funciones en el santuario descalzos. La privación de sandalias y de toda vestimenta superflua marcaba la triste condición de los cautivos (Is. 20:2), y también era señal de aflicción (2 S. 15:30). El hecho de llevar calzado y turbante en un día de duelo era una manera de esconder el dolor (Ez. 24:17, 23). En los tiempos antiguos de Israel, para demostrar que se había llevado a cabo un rescate o una transacción, uno se quitaba la sandalia, que daba al comprador, lo que simbolizaba la transmisión del derecho de propiedad (Rt. 4:7, 8). Pero si un hombre rehusaba casarse con la viuda de su hermano, ésta le quitaba la sandalia y le escupía en la cara (Dt. 25:9, 10). Echar la sandalia sobre algún lugar denotaba su toma de posesión, o quizá se refiere a hacer un gesto de dueño, echando las sandalias al esclavo encargado de llevarlas o de limpiarlas (Sal. 60:8).
En la panoplia del cristiano, sus pies están equipados con el apresto «del evangelio de la paz» (Ef. 6:15; cfr. Ro. 10:15).