Explicación, estudio y comentario bíblico de Gálatas 1:1-48 verso por verso
Pablo, apóstol — no de parte de hombres ni por medio de hombre, sino por medio de Jesucristo y de Dios Padre, quien lo resucitó de entre los muertos —
y todos los hermanos que están conmigo; a las iglesias de Galacia:
Gracia a ustedes y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo
quien se dio a sí mismo por nuestros pecados. De este modo nos libró de la presente época malvada, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre,
a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Estoy asombrado de que tan pronto se estén apartando del que los llamó por la gracia de Cristo, para ir tras un evangelio diferente.
No es que haya otro evangelio, sino que hay algunos que los perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo.
Pero aun si nosotros mismos o un ángel del cielo les anunciara un evangelio diferente del que les hemos anunciado, sea anatema.
Como ya lo hemos dicho, ahora mismo vuelvo a decir: Si alguien les está anunciando un evangelio contrario al que recibieron, sea anatema.
¿Busco ahora convencer a los hombres, o a Dios? ¿Será que busco agradar a los hombres? Si yo todavía tratara de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo.
Pero les hago saber, hermanos, que el evangelio que fue anunciado por mí no es según hombre;
porque yo no lo recibí ni me fue enseñado de parte de ningún hombre sino por revelación de Jesucristo.
Ya oyeron acerca de mi conducta en otro tiempo en el judaísmo: que yo perseguía ferozmente a la iglesia de Dios y la estaba asolando.
Me destacaba en el judaísmo sobre muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres.
Pero cuando Dios — quien me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia — tuvo a bien
revelar a su Hijo en mí para que yo lo anunciara entre los gentiles, no consulté de inmediato con ningún hombre
ni subí a Jerusalén a los que fueron apóstoles antes que yo sino que partí para Arabia y volví de nuevo a Damasco.
Luego, después de tres años, subí a Jerusalén para entrevistarme con Pedro y permanecí con él quince días.
No vi a ningún otro de los apóstoles sino a Jacobo, el hermano del Señor;
y en cuanto a lo que les escribo, he aquí delante de Dios que no miento.
Después fui a las regiones de Siria y de Cilicia.
Y yo no era conocido de vista por las iglesias de Judea, las que están en Cristo.
Solamente oían decir: “El que antes nos perseguía ahora proclama como buena nueva la fe que antes asolaba”.
Y daban gloria a Dios por causa de mí.