Explicación, estudio y comentario bíblico de Hebreos 7:11-58 verso por verso
Ahora bien, si fuera posible lograr la perfección por medio del sacerdocio levítico (porque bajo este el pueblo ha recibido la ley), ¿qué necesidad habría aún de que se levantase otro sacerdote según el orden de Melquisedec, y que no fuese llamado según el orden de Aarón?
Porque de haber cambio de sacerdocio, es necesario que también se haga cambio de ley.
Pues aquel de quien se dice esto es de otra tribu de la cual nadie ha servido en el altar.
Porque es evidente que nuestro Señor nació de la tribu de Judá, sobre la cual Moisés no dijo nada en cuanto al sacerdocio.
Esto es aún más evidente si otro sacerdote se levanta a la semejanza de Melquisedec,
quien no ha sido constituido conforme al mandamiento de la ley acerca del linaje carnal sino según el poder de una vida indestructible.
Pues de él se da este testimonio: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.
A la verdad, el mandamiento anterior fue abrogado por ser ineficaz e inútil,
porque la ley no perfeccionó nada. Sin embargo, se introduce una esperanza superior por la cual nos acercamos a Dios.
Y esto no fue hecho sin juramento.
Los otros fueron hechos sacerdotes sin juramento, mientras que este lo fue por el juramento del que le dijo: Juró el Señor y no se arrepentirá: “Tú eres sacerdote para siempre”.
De igual manera, Jesús ha sido hecho fiador de un pacto superior.
A la verdad, muchos fueron hechos sacerdotes porque, debido a la muerte, no podían permanecer.
Pero este, porque permanece para siempre, tiene un sacerdocio perpetuo.
Por esto también puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios, puesto que vive para siempre para interceder por ellos.
Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, puro, apartado de los pecadores y exaltado más allá de los cielos.
Él no tiene cada día la necesidad, como los otros sumos sacerdotes, de ofrecer sacrificios, primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo, porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
La ley constituye como sumos sacerdotes a hombres débiles; pero la palabra del juramento, posterior a la ley, constituyó al Hijo, hecho perfecto para siempre.