Explicación, estudio y comentario bíblico de Hechos 16:23-37 verso por verso
Después de golpearles con muchos azotes, los echaron en la cárcel y ordenaron al carcelero que los guardara con mucha seguridad.
Cuando este recibió semejante orden, los metió en el calabozo de más adentro y sujetó sus pies en el cepo.
Como a la medianoche, Pablo y Silas estaban orando y cantando himnos a Dios, y los presos les escuchaban.
Entonces, de repente sobrevino un fuerte terremoto, de manera que los cimientos de la cárcel fueron sacudidos. Al instante, todas las puertas se abrieron y las cadenas de todos se soltaron.
Cuando el carcelero despertó y vio abiertas las puertas de la cárcel, sacó su espada y estaba a punto de matarse, porque pensaba que los presos se habían escapado.
Pero Pablo gritó a gran voz, diciendo: — ¡No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí!
Entonces él pidió luz y se lanzó adentro, y se postró temblando ante Pablo y Silas.
Sacándolos afuera, les dijo: — Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?
Ellos dijeron: — Cree en el Señor Jesús y serás salvo, tú y tu casa.
Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa.
En aquella hora de la noche, los tomó consigo y les lavó las heridas de los azotes. Y él fue bautizado en seguida, con todos los suyos.
Les hizo entrar en su casa, les puso la mesa y se regocijó de que con toda su casa había creído en Dios.
Cuando se hizo de día, los magistrados enviaron a los oficiales a decirle: — Suelta a esos hombres.
El carcelero comunicó a Pablo estas palabras: — Los magistrados han enviado orden de que sean puestos en libertad; ahora, pues, salgan y váyanse en paz.
Pero Pablo les dijo: — Después de azotarnos públicamente sin ser condenados, siendo nosotros ciudadanos romanos, nos echaron en la cárcel; y ahora, ¿nos echan fuera a escondidas? ¡Pues no! ¡Que vengan ellos mismos a sacarnos!