Explicación, estudio y comentario bíblico de Hechos 17:4-44 verso por verso
Y algunos de ellos se convencieron y se juntaron con Pablo y Silas: un gran número de los griegos piadosos y no pocas de las mujeres principales.
Entonces los judíos se pusieron celosos y tomaron de la calle a algunos hombres perversos, y formando una turba alborotaron la ciudad. Asaltando la casa de Jasón, procuraban sacarlos al pueblo.
Como no los encontraron, arrastraron a Jasón y a algunos hermanos ante los gobernadores de la ciudad, gritando: “¡Estos que trastornan al mundo entero también han venido acá!
Y Jasón les ha recibido. Todos estos actúan en contra de los decretos del César, diciendo que hay otro rey, Jesús”.
El pueblo y los gobernadores se perturbaron al oír estas cosas;
pero después de obtener fianza de Jasón y de los demás, los soltaron.
Entonces, sin demora, los hermanos enviaron a Pablo y Silas de noche a Berea; y al llegar ellos allí, entraron a la sinagoga de los judíos.
Estos eran más nobles que los de Tesalónica, pues recibieron la palabra ávidamente, escudriñando cada día las Escrituras para verificar si estas cosas eran así.
En consecuencia, creyeron muchos de ellos; y también de las mujeres griegas distinguidas y de los hombres, no pocos.
Pero cuando supieron los judíos de Tesalónica que la palabra de Dios era anunciada por Pablo también en Berea, fueron allá para incitar y perturbar a las multitudes.
Entonces los hermanos hicieron salir inmediatamente a Pablo para que se fuera hasta el mar, mientras Silas y Timoteo se quedaron allí.
Los que conducían a Pablo le llevaron hasta Atenas; y después de recibir órdenes para Silas y Timoteo de que fueran a reunirse con él lo más pronto posible, partieron de regreso.
Mientras Pablo los esperaba en Atenas, su espíritu se enardecía dentro de él al ver que la ciudad estaba entregada a la idolatría.
Por lo tanto, discutía en la sinagoga con los judíos y los piadosos, y todos los días en la plaza mayor, con los que concurrían allí.
Y algunos de los filósofos epicúreos y estoicos disputaban con él. Unos decían: — ¿Qué querrá decir este palabrero? Otros decían: — Parece ser predicador de divinidades extranjeras. Pues les anunciaba el evangelio de Jesús y la resurrección.
Ellos le tomaron y le llevaron al Areópago diciendo: — ¿Podemos saber qué es esta nueva doctrina de la cual hablas?
Pues traes a nuestros oídos algunas cosas extrañas; por tanto, queremos saber qué significa esto.
Todos los atenienses y los forasteros que vivían allí no pasaban el tiempo en otra cosa que en decir o en oír la última novedad.
Entonces Pablo se puso de pie en medio del Areópago y dijo: — Hombres de Atenas: Observo que son de lo más religiosos en todas las cosas.
Pues, mientras pasaba y miraba sus monumentos sagrados, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. A aquel, pues, que ustedes honran sin conocerle, a este yo les anuncio.
Este es el Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él. Y como es Señor del cielo y de la tierra, él no habita en templos hechos de manos,
ni es servido por manos humanas como si necesitara algo, porque él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas.
De uno solo ha hecho toda raza de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra. Él ha determinado de antemano el orden de los tiempos y los límites de su habitación,
para que busquen a Dios, si de alguna manera, aun a tientas, palparan y le hallaran. Aunque, a la verdad, él no está lejos de ninguno de nosotros;
porque “en él vivimos, nos movemos y somos”. Como también han dicho algunos de sus poetas: “Porque también somos linaje de él”.
»Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte e imaginación de hombres.
Por eso, aunque antes Dios pasó por alto los tiempos de la ignorancia, en este tiempo manda a todos los hombres, en todos los lugares, que se arrepientan;
por cuanto ha establecido un día en el que ha de juzgar al mundo con justicia por medio del Hombre a quien ha designado, dando fe de ello a todos, al resucitarle de entre los muertos.
Cuando le oyeron mencionar la resurrección de los muertos, unos se burlaban, pero otros decían: — Te oiremos acerca de esto en otra ocasión.
Así fue que Pablo salió de en medio de ellos,
pero algunos hombres se juntaron con él y creyeron. Entre ellos estaba Dionisio, quien era miembro del Areópago, y una mujer llamada Dámaris, y otros con ellos.