Explicación, estudio y comentario bíblico de Hechos 22:1-44 verso por verso
— Hermanos y padres, oigan ahora mi defensa ante ustedes.
Cuando oyeron que Pablo les hablaba en lengua hebrea, guardaron aún mayor silencio. Entonces dijo:
— Soy un hombre judío, nacido en Tarso de Cilicia pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel en la estricta observancia de la ley de nuestros padres, siendo celoso de Dios como lo son todos ustedes hoy.
Yo perseguí este Camino hasta la muerte, tomando presos y entregando en las cárceles a hombres y también a mujeres,
como aun el sumo sacerdote es mi testigo, y todos los ancianos de quienes también recibí cartas para los hermanos. Y fui a Damasco para traer presos a Jerusalén a los que estaban allí, para que fueran castigados.
Pero me sucedió, cuando viajaba y llegaba cerca de Damasco, como a mediodía, que de repente me rodeó de resplandor una gran luz del cielo.
Yo caí al suelo y oí una voz que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”.
Entonces yo respondí: “¿Quién eres, Señor?”. Y me dijo: “Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues”.
A la verdad, los que estaban conmigo vieron la luz, pero no entendieron la voz del que hablaba conmigo.
Yo dije: “¿Qué haré, Señor?”. Y el Señor me dijo: “Levántate y ve a Damasco, y allí se te dirá todo lo que te está ordenado hacer”.
»Como no podía ver a causa del resplandor de aquella luz, fui guiado de la mano por los que estaban conmigo, y entré en Damasco.
Entonces un tal Ananías, hombre piadoso conforme a la ley, que tenía buen testimonio de todos los judíos que moraban allí,
vino a mí y puesto de pie me dijo: “Hermano Saulo, recibe la vista”. Y yo le vi en aquel instante.
Y él me dijo: “El Dios de nuestros padres te ha designado de antemano para que conozcas su voluntad y veas al Justo, y oigas la voz de su boca.
Porque serás su testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído.
Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre”.
»Entonces, cuando volví a Jerusalén, mientras oraba en el templo, sucedió que caí en éxtasis
y vi al Señor que me decía: “Date prisa y sal de inmediato de Jerusalén, porque no recibirán tu testimonio acerca de mí”.
Y yo dije: “Señor, ellos saben bien que yo andaba encarcelando y azotando a los que creían en ti en todas las sinagogas;
y cuando se derramaba la sangre de tu testigo Esteban, yo también estaba presente, aprobaba su muerte y guardaba la ropa de los que le mataban”.
Pero él me dijo: “Anda, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles”.
Le escucharon hasta esta palabra. Entonces alzaron la voz diciendo: — ¡Quita de la tierra a tal hombre, porque no conviene que viva!
Como ellos daban voces, arrojaban sus ropas y echaban polvo al aire,
el tribuno mandó que metieran a Pablo en la fortaleza y ordenó que le sometieran a interrogatorio mediante azotes, para saber por qué causa daban voces así contra él.
Pero apenas lo estiraron con las correas, Pablo dijo al centurión que estaba presente: — ¿Es lícito a ustedes azotar a un ciudadano romano que no ha sido condenado?
Cuando el centurión oyó esto, fue e informó al tribuno diciendo: — ¿Qué vas a hacer? Pues este hombre es romano.
Vino el tribuno y le dijo: — Dime, ¿eres tú romano? Y él dijo: — Sí.
El tribuno respondió: — Yo logré esta ciudadanía con una gran suma. Entonces Pablo dijo: — Pero yo la tengo por nacimiento.
Así que, en seguida se retiraron de él los que le iban a interrogar. También el tribuno tuvo temor cuando supo que Pablo era ciudadano romano y que le había tenido atado.
Al día siguiente, queriendo saber con certeza la verdadera razón por la que era acusado por los judíos, le desató y mandó reunir a todos los principales sacerdotes y a todo el Sanedrín de ellos. Y sacando a Pablo, lo presentó delante de ellos.