Explicación, estudio y comentario bíblico de Hechos 22:8-44 verso por verso
Entonces yo respondí: “¿Quién eres, Señor?”. Y me dijo: “Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues”.
A la verdad, los que estaban conmigo vieron la luz, pero no entendieron la voz del que hablaba conmigo.
Yo dije: “¿Qué haré, Señor?”. Y el Señor me dijo: “Levántate y ve a Damasco, y allí se te dirá todo lo que te está ordenado hacer”.
»Como no podía ver a causa del resplandor de aquella luz, fui guiado de la mano por los que estaban conmigo, y entré en Damasco.
Entonces un tal Ananías, hombre piadoso conforme a la ley, que tenía buen testimonio de todos los judíos que moraban allí,
vino a mí y puesto de pie me dijo: “Hermano Saulo, recibe la vista”. Y yo le vi en aquel instante.
Y él me dijo: “El Dios de nuestros padres te ha designado de antemano para que conozcas su voluntad y veas al Justo, y oigas la voz de su boca.
Porque serás su testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído.
Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre”.
»Entonces, cuando volví a Jerusalén, mientras oraba en el templo, sucedió que caí en éxtasis
y vi al Señor que me decía: “Date prisa y sal de inmediato de Jerusalén, porque no recibirán tu testimonio acerca de mí”.
Y yo dije: “Señor, ellos saben bien que yo andaba encarcelando y azotando a los que creían en ti en todas las sinagogas;
y cuando se derramaba la sangre de tu testigo Esteban, yo también estaba presente, aprobaba su muerte y guardaba la ropa de los que le mataban”.
Pero él me dijo: “Anda, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles”.
Le escucharon hasta esta palabra. Entonces alzaron la voz diciendo: — ¡Quita de la tierra a tal hombre, porque no conviene que viva!
Como ellos daban voces, arrojaban sus ropas y echaban polvo al aire,
el tribuno mandó que metieran a Pablo en la fortaleza y ordenó que le sometieran a interrogatorio mediante azotes, para saber por qué causa daban voces así contra él.
Pero apenas lo estiraron con las correas, Pablo dijo al centurión que estaba presente: — ¿Es lícito a ustedes azotar a un ciudadano romano que no ha sido condenado?
Cuando el centurión oyó esto, fue e informó al tribuno diciendo: — ¿Qué vas a hacer? Pues este hombre es romano.
Vino el tribuno y le dijo: — Dime, ¿eres tú romano? Y él dijo: — Sí.
El tribuno respondió: — Yo logré esta ciudadanía con una gran suma. Entonces Pablo dijo: — Pero yo la tengo por nacimiento.
Así que, en seguida se retiraron de él los que le iban a interrogar. También el tribuno tuvo temor cuando supo que Pablo era ciudadano romano y que le había tenido atado.
Al día siguiente, queriendo saber con certeza la verdadera razón por la que era acusado por los judíos, le desató y mandó reunir a todos los principales sacerdotes y a todo el Sanedrín de ellos. Y sacando a Pablo, lo presentó delante de ellos.