Explicación, estudio y comentario bíblico de Hechos 26:1-31 verso por verso
Luego Agripa dijo a Pablo: — Se te permite hablar por ti mismo. Entonces Pablo extendió la mano y comenzó su defensa:
— Me tengo por dichoso que haya de exponer hoy mi defensa delante de ti, oh rey Agripa, acerca de todas las cosas de las que soy acusado por los judíos;
mayormente por ser tú conocedor de todas las costumbres y cuestiones de los judíos. Por lo tanto, te ruego que me escuches con paciencia.
»Mi manera de vivir, desde mi juventud, la cual pasé desde el comienzo entre los de mi nación en Jerusalén, la conocen todos los judíos.
Ellos me conocen desde antes, si quisieran testificarlo, que conforme a la más rigurosa secta de nuestra religión viví como fariseo.
Y ahora soy sometido a juicio por la esperanza de la promesa que Dios hizo a nuestros padres,
promesa que esperan alcanzar nuestras doce tribus sirviendo constantemente día y noche. ¡Por la misma esperanza soy acusado por los judíos, oh rey!
¿Por qué se juzga increíble entre ustedes que Dios resucite a los muertos?
»Pues yo, a la verdad, había pensado que debía hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret;
y esto hice en Jerusalén. Habiendo recibido autorización de los principales sacerdotes, yo encerré en cárceles a muchos de los santos; y cuando les mataban, yo di mi voto contra ellos.
Muchas veces, castigándoles en todas las sinagogas, procuraba obligarles a blasfemar; y enfurecido en extremo contra ellos, los perseguía hasta en las ciudades extranjeras.
»En esto estaba ocupado cuando iba a Damasco con autorización y comisión de los principales sacerdotes.
En el camino a mediodía, oh rey, vi que desde el cielo una luz, más resplandeciente que el sol, alumbró alrededor de mí y de los que viajaban conmigo.
Habiendo caído todos nosotros a tierra, oí una voz que me decía en lengua hebrea: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¡Dura cosa te es dar coces contra el aguijón!”.
Entonces yo dije: “¿Quién eres, Señor?”. Y el Señor dijo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues.
Pero levántate y ponte sobre tus pies, porque te he aparecido para esto: para constituirte en ministro y testigo de las cosas que has visto de mí y de aquellas en que apareceré a ti.
Yo te libraré del pueblo y de los gentiles, a los cuales ahora yo te envío
para abrir sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios, para que reciban perdón de pecados y una herencia entre los santificados por la fe en mí”.
»Por lo cual, oh rey Agripa, no fui desobediente a la visión celestial.
Más bien, primeramente a los que estaban en Damasco, y en Jerusalén y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, les he proclamado que se arrepientan y se conviertan a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento.
»A causa de esto, los judíos me prendieron en el templo e intentaron matarme.
Pero habiendo obtenido auxilio de Dios, me he mantenido firme hasta el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes, sin decir nada ajeno a las cosas que los profetas y Moisés dijeron que habían de suceder:
que el Cristo había de padecer, y que por ser el primero de la resurrección de los muertos, había de anunciar luz al pueblo y a los gentiles.
Mientras él decía estas cosas en su defensa, Festo le dijo a gran voz: — ¡Estás loco, Pablo! ¡Las muchas letras te vuelven loco!
Pero Pablo dijo: — No estoy loco, oh excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura.
Pues el rey, delante de quien también hablo confiadamente, entiende de estas cosas. Porque estoy convencido de que nada de esto le es oculto, pues esto no ha ocurrido en algún rincón.
¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? ¡Yo sé que crees!
Entonces Agripa dijo a Pablo: — ¡Por poco me persuades a ser cristiano!
Y Pablo dijo: — ¡Quisiera Dios que, por poco o por mucho, no solamente tú sino también todos los que hoy me escuchan fueran hechos como yo, salvo estas cadenas!
Entonces se levantaron el rey, el procurador, Berenice y los que se habían sentado con ellos.
Y después de retirarse aparte, hablaban los unos con los otros diciendo: — Este hombre no hace ninguna cosa digna de muerte ni de prisión.