Explicación, estudio y comentario bíblico de Hechos 27:23-44 verso por verso
Porque esta noche estuvo conmigo un ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo,
y me dijo: “No temas, Pablo. Es necesario que comparezcas ante el César, y he aquí Dios te ha concedido todos los que navegan contigo”.
Por tanto, señores, tengan buen ánimo, porque yo confío en Dios que será así como me ha dicho.
Pero es necesario que demos en alguna isla.
Cuando llegó la decimocuarta noche, y siendo nosotros llevados a la deriva a través del mar Adriático, a la medianoche los marineros sospecharon que se acercaban a alguna tierra.
Echaron la sonda y hallaron cuarenta metros. Pasando un poco más adelante, volvieron a echar la sonda y hallaron treinta metros.
Temiendo dar en escollos, echaron las cuatro anclas de la popa y ansiaban el amanecer.
Como los marineros procuraban huir de la nave, y echaron el esquife al mar simulando que iban a largar las anclas de la proa,
Pablo dijo al centurión y a los soldados: — Si estos no quedan en la nave, ustedes no podrán salvarse.
Entonces los soldados cortaron las amarras del esquife y dejaron que se perdiera.
Cuando comenzó a amanecer, Pablo animaba a todos a comer algo, diciendo: — Este es el decimocuarto día que velan y siguen en ayunas sin comer nada.
Por tanto, les ruego que coman algo, pues esto es para su salud; porque no perecerá ni un cabello de la cabeza de ninguno de ustedes.
Habiendo dicho esto, tomó pan, dio gracias a Dios en presencia de todos y partiéndolo comenzó a comer.
Y cuando todos recobraron mejor ánimo, comieron ellos también.
Éramos en total doscientas setenta y seis personas en la nave.
Luego, satisfechos de la comida, aligeraban la nave echando el trigo al mar.
Cuando se hizo de día, no reconocían la tierra; pero distinguían una bahía que tenía playa, en la cual, de ser posible, se proponían varar la nave.
Cortaron las anclas y las dejaron en el mar. A la vez, soltaron las amarras del timón, izaron al viento la vela de proa e iban rumbo a la playa.
Pero al dar en un banco de arena entre dos corrientes, hicieron encallar la nave. Al enclavarse la proa, quedó inmóvil, mientras la popa se abría por la violencia de las olas.
Entonces los soldados acordaron matar a los presos, para que ninguno se escapara nadando;
pero el centurión, queriendo librar a Pablo, frustró su intento. Mandó a los que podían nadar que fueran los primeros en echarse para salir a tierra;
y a los demás, unos en tablas, y otros en objetos de la nave. Así sucedió que todos llegaron salvos a tierra.