Explicación, estudio y comentario bíblico de Isaías 63:3-23 verso por verso
— He pisado el lagar yo solo. De los pueblos nadie estuvo conmigo. Los he pisado con mi furor, y los he hollado con mi ira. La sangre de ellos salpicó mis vestiduras, y manché toda mi ropa.
Porque el día de la venganza ha estado en mi corazón, y el año de mi redención ha llegado.
Yo miré, y no había quien ayudara. Me asombré de que no hubiera quien apoyara. Entonces mi propio brazo me salvó; y mi ira, ella me sostuvo.
Con mi furor pisoteé a los pueblos; los embriagué con mi ira y derramé su sangre por tierra.
Las misericordias del SEÑOR recordaré, y las alabanzas del SEÑOR, conforme a todo lo que el SEÑOR nos ha recompensado, y a su gran bondad para con la casa de Israel. Él nos ha recompensado según su misericordia y su gran compasión.
Pues ha dicho: “Ciertamente ellos son mi pueblo, hijos que no mienten”. Y él fue su Salvador.
En toda la angustia de ellos, él fue angustiado; y el ángel de su Presencia los salvó. En su amor y en su compasión los redimió. Los alzó y los llevó todos los días de la antigüedad.
Pero ellos se rebelaron y entristecieron a su Espíritu Santo. Por eso se volvió su enemigo, y él mismo combatió contra ellos.
Pero se acordó de los días de la antigüedad, de Moisés su siervo. ¿Dónde está el que los hizo subir del mar con el pastor de su rebaño? ¿Dónde está el que puso en él su Espíritu Santo,
quien envió su glorioso brazo para estar a la derecha de Moisés, y quien partió las aguas ante ellos, conquistando para sí renombre eterno?
Él es el que los condujo por los abismos, como a un caballo en el desierto, sin que tropezaran.
El Espíritu del SEÑOR les dio reposo, como al ganado que desciende al valle. Así condujiste a tu pueblo, conquistando para ti un nombre glorioso.
Mira desde el cielo y contempla desde la excelsa morada de tu santidad y de tu gloria: ¿Dónde están tu celo y tu poderío? La conmoción de tu corazón y tu compasión me han sido retenidas.
Pero tú eres nuestro Padre; aunque Abraham no nos conozca e Israel no nos reconozca, tú, oh SEÑOR, eres nuestro Padre. Desde la eternidad tu nombre es Redentor Nuestro.
¿Por qué, oh SEÑOR, nos dejas extraviarnos de tus caminos y endureces nuestro corazón para no temerte? ¡Vuélvete por amor de tus siervos, por las tribus de tu heredad!
Por poco tiempo tu pueblo poseyó tu lugar santo, pero nuestros adversarios han pisoteado tu santuario.
Hemos venido a ser como aquellos sobre quienes tú jamás has señoreado y sobre los cuales nunca ha sido invocado tu nombre.