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»Mi alma está hastiada de mi vida. Daré rienda suelta a mi queja; hablaré en la amargura de mi alma.
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Diré a Dios: No me condenes; hazme entender por qué contiendes conmigo.
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¿Te parece bueno oprimir y desechar la obra de tus manos mientras favoreces el consejo de los impíos?
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¿Acaso tus ojos son humanos? ¿Acaso ves como ve un hombre?
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¿Son tus días como los días de un hombre, o tus años como los días de un mortal,
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para que indagues mi iniquidad e inquieras por mi pecado?
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Tú sabes que no soy culpable y que no hay quien libre de tu mano.
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»Tus manos me formaron y me hicieron, ¿y después, cambias y me destruyes?
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Acuérdate, por favor, de que tú me formaste como al barro y que me harás volver al polvo.
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¿Acaso no me vertiste como a la leche, y me cuajaste como al queso?
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De piel y de carne me vestiste, y me entretejiste con huesos y tendones.
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Vida y misericordia me concediste, y tu cuidado guardó mi espíritu.
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Estas cosas tenías escondidas en tu corazón; yo sé que esto estaba en tu mente.
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Si peco, entonces me vigilas y no me declaras inocente de mi iniquidad.
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Si soy culpable, ¡ay de mí! Pero aun siendo justo, no levanto mi cabeza pues estoy harto de ignominia y de ver mi aflicción.
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Si me levanto, me cazas como a león y vuelves a mostrar en mí tus proezas.
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Traes de nuevo tus testigos contra mí, y aumentas contra mí tu ira con tropas de relevo en mi contra.
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»¿Por qué, pues, me sacaste de la matriz? Hubiera yo expirado y ningún ojo me habría visto.