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»El hombre, nacido de mujer, es corto de días y lleno de tensiones.
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Brota como una flor y se marchita; huye como una sombra y no se detiene.
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¿Sobre uno así abres tus ojos y lo traes a juicio contigo?
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¿Quién puede sacar lo limpio de lo impuro? ¡Nadie!
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Ciertamente sus días están determinados y el número de sus meses depende de ti. Tú le has fijado sus límites, los cuales no podrá traspasar.
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Aparta de él tu mirada, y que descanse hasta que, cual un jornalero, haya disfrutado su día.
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»Porque para el árbol hay esperanza; si es cortado, se renovará y su retoño no dejará de ser.
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Aunque su raíz se envejece en la tierra y su tronco muere en el suelo,
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al percibir el agua reverdecerá y echará ramas como planta.
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Pero el hombre muere y desaparece; el hombre expira, ¿y dónde estará?
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Se agotan las aguas de un lago, y un río mengua y se seca;
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así yace el hombre y no se vuelve a levantar. Hasta que no haya más cielos, no lo despertarán ni lo levantarán de su sueño.
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»¡Cómo quisiera que me escondieras en el Seol, que me encubrieras hasta que se apaciguara tu furor y que fijaras un plazo para acordarte de mí!
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Si el hombre muere, ¿volverá a vivir? Todos los días de mi milicia esperaré hasta que llegue mi relevo.
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Entonces llamarás, y yo te responderé. Añorarás la obra de tus manos.
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Porque ahora me cuentas los pasos y no das tregua a mi pecado.
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Mi transgresión tienes sellada en una bolsa y recubres mi iniquidad.
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»Sin embargo, la montaña cae y se deshace, y la peña es removida de su lugar.
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Las aguas desgastan las piedras, y su crecida arrastra el polvo de la tierra; así haces perecer la esperanza del hombre.
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Para siempre prevaleces contra él hasta que se va; desfiguras su rostro y lo despides.
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Si sus hijos alcanzan honra él no lo sabrá. Y si llegan a ser empequeñecidos él no lo percibirá.
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Su cuerpo le da solo dolores, y su alma hace duelo por él.