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»¡Cómo quisiera que me escondieras en el Seol, que me encubrieras hasta que se apaciguara tu furor y que fijaras un plazo para acordarte de mí!
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Si el hombre muere, ¿volverá a vivir? Todos los días de mi milicia esperaré hasta que llegue mi relevo.
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Entonces llamarás, y yo te responderé. Añorarás la obra de tus manos.
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Porque ahora me cuentas los pasos y no das tregua a mi pecado.
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Mi transgresión tienes sellada en una bolsa y recubres mi iniquidad.
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»Sin embargo, la montaña cae y se deshace, y la peña es removida de su lugar.
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Las aguas desgastan las piedras, y su crecida arrastra el polvo de la tierra; así haces perecer la esperanza del hombre.
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Para siempre prevaleces contra él hasta que se va; desfiguras su rostro y lo despides.
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Si sus hijos alcanzan honra él no lo sabrá. Y si llegan a ser empequeñecidos él no lo percibirá.
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Su cuerpo le da solo dolores, y su alma hace duelo por él.
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