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Entonces intervino Elifaz el temanita y dijo:
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— ¿Ha de responder el sabio con vano conocimiento? ¿Ha de llenar su vientre de viento oriental?
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¿Ha de argüir con expresiones inútiles y con palabras sin provecho?
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Ciertamente tú disipas la devoción y menoscabas la meditación ante Dios.
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Porque tu iniquidad instruye a tu boca, y adoptas el lenguaje de los astutos.
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Tu boca te condena, no yo, y tus labios testifican contra ti.
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»¿Fuiste tú el primer hombre que nació? ¿Naciste antes que las colinas?
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¿Has escuchado el secreto de Dios para que solo tú te apropies de la sabiduría?
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¿Qué sabes tú que no sepamos nosotros? ¿Qué entendimiento tienes que nosotros no tengamos?
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También entre nosotros hay hombres canosos, hombres muy ancianos, mayores en años que tu padre.
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¿En tan poco tienes el consuelo de Dios y la palabra que se te dice con ternura?
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¿Por qué te arrebata tu corazón, y por qué guiñan tus ojos,
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para que vuelvas tu espíritu contra Dios y dejes salir tales palabras de tu boca?
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»¿Qué es el hombre para considerarse limpio; y el nacido de mujer para que se considere justo?
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Si Dios no se fía ni de sus santos ni aun los cielos son puros ante sus ojos,
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¿cuánto menos el abominable y corrupto, el hombre que bebe como agua la iniquidad?
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»Escúchame; yo te informaré y te contaré lo que he visto;
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lo que los sabios nos han revelado sin encubrir nada de lo de sus padres.
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Solo a ellos les fue dada la tierra, y ningún extraño pasó por en medio de ellos.
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El impío se retuerce de dolor todos los días, y un cierto número de años han sido reservados para el tirano.
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Voces de espanto resuenan en sus oídos, y aun en la paz vendrá su destructor.
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Él no cree que ha de volver de las tinieblas y que está destinado para la espada.
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Va errante en pos del pan diciendo: “¿Dónde estará?”. Sabe que el día de las tinieblas le está listo, a la mano.
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Lo aterran la tristeza y la aflicción; lo abruman como un rey listo para el ataque.
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Porque ha extendido su mano contra Dios, y se ha comportado con soberbia contra el Todopoderoso.
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Porque embiste contra él con cuello erguido, con el doble grosor de su escudo.
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Aunque su cara se cubra de gordura y le crezcan pliegues de grasa en las caderas,
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habitará en ciudades desoladas, en casas donde nadie vive y que están destinadas a ser escombros.
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No se enriquecerá ni le durarán sus bienes; tampoco extenderá su patrimonio sobre la tierra.
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No escapará de las tinieblas. La llama secará sus ramas, y por el soplo de su boca desaparecerá.
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»Que no confíe en la vanidad, engañándose a sí mismo, pues la vanidad será su recompensa.
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Ella se cumplirá antes de su tiempo, y su copa no estará frondosa.
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Como la vid dejará caer sus uvas agraces y arrojará sus flores como el olivo.
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Porque la compañía de los impíos es estéril, y el fuego consumirá las moradas del soborno.
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Conciben afanes y dan a luz iniquidad; sus entrañas preparan el engaño.