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Dios me ha entregado a los perversos; me ha empujado a las manos de los impíos.
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Yo estaba tranquilo pero él me sacudió; me tomó por el cuello y me despedazó. Él me ha puesto por blanco suyo;
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sus arqueros me han rodeado. Atraviesa mis riñones sin compasión y derrama por tierra mi hiel.
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Abre en mí brecha tras brecha; contra mí arremete como un guerrero.
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»He cosido cilicio sobre mi piel y he hundido mi fuerza en el polvo.
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Mi rostro está enrojecido con el llanto, y sobre mis párpados hay densa oscuridad
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