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»He cosido cilicio sobre mi piel y he hundido mi fuerza en el polvo.
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Mi rostro está enrojecido con el llanto, y sobre mis párpados hay densa oscuridad
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a pesar de no haber violencia en mis manos y de ser pura mi oración.
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»¡Oh tierra, no encubras mi sangre! ¡Que no haya lugar para mi clamor!
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He aquí que también ahora mi testigo está en los cielos; en las alturas está mi defensor.
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Mis amigos me escarnecen; mis ojos derraman lágrimas ante Dios.
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¡Oh, si alguien llevara la causa de un hombre ante Dios como entre el hombre y su prójimo!
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