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— Escuchen atentamente mis palabras; sea esto su consolación.
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Sopórtenme, y yo hablaré; y después de que yo haya hablado, búrlense.
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»¿Acaso me quejo ante algún hombre? ¿Por qué no se ha de impacientar mi espíritu?
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Vuelvan la cara hacia mí y horrorícense; pongan la mano sobre la boca.
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Aun cuando recuerdo, me espanto; y el estremecimiento se apodera de mi carne.
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