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»¿Por qué viven los impíos y se envejecen, y además crecen en riquezas?
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Sus descendientes se establecen delante de ellos; sus vástagos permanecen ante sus ojos.
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Sus casas están libres de temor, y sobre ellos no está el azote de Dios.
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Su toro fecunda sin fallar; sus vacas paren y no pierden crías.
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Sus pequeños salen como si fueran manada; sus niños van danzando.
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Cantan al son del tamboril y del arpa; se regocijan al son de la flauta.
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Pasan sus días en la prosperidad, y con tranquilidad descienden al Seol.
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Luego dicen a Dios: “¡Apártate de nosotros! No queremos el conocimiento de tus caminos.
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¿Quién es el Todopoderoso para que le sirvamos? ¿De qué nos aprovechará que oremos ante él?”.
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He aquí que la prosperidad de ellos no está en sus propias manos. ¡Lejos esté de mí el consejo de los impíos!
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»¿Cuántas veces es apagada la lámpara de los impíos, o viene sobre ellos la calamidad, o Dios en su ira les reparte destrucción?
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Son como la paja ante el viento, o como el tamo que arrebata el huracán.
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»¿Acumulará Dios castigo para sus hijos? ¡Séale dada a él retribución para que aprenda!
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¡Que sus propios ojos vean su ruina, y beba de la ira del Todopoderoso!
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Porque, ¿qué deleite tendrá él en su familia después de morir, cuando el número de sus meses ha llegado a su fin?
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¿Acaso se le enseñará sabiduría a Dios, siendo que él es quien juzga aun a los que están en lo alto?
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»Uno muere en pleno vigor, estando del todo confiado y tranquilo,
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con sus lomos llenos de gordura y sus huesos repletos de tuétano.
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Y otro muere con el alma amargada sin haber comido jamás con gusto.
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Pero ambos yacen en el polvo, y los gusanos los cubren.