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— Hoy también es amarga mi queja su mano se ha hecho pesada sobre mi gemido.
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¡Oh, si yo pudiera saber dónde hallar a Dios! Entonces iría hasta su morada,
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expondría delante de él mi causa y llenaría mi boca de argumentos.
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Yo sabría las palabras que él me respondiera, y entendería lo que me dijera.
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¿Contendería conmigo con la grandeza de su fuerza? No; más bien, él me prestaría atención.
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Allí el justo podría argüir con él, y yo me libraría para siempre de mi Juez.
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