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Hay quienes remueven los linderos, roban rebaños y los apacientan.
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Se llevan el asno de los huérfanos y toman en prenda el buey de la viuda.
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A los necesitados desvían del camino. A una se esconden todos los pobres de la tierra.
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He aquí, como asnos monteses en el desierto salen a su trabajo en busca de una presa; el Arabá les da el sustento para sus pequeños.
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Siegan en el campo su forraje y rebuscan en la viña del impío.
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Pasan la noche desnudos, sin ropa, y no tienen cubierta en el frío.
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Se mojan con los aguaceros de los montes, y, a falta de refugio, se abrazan a las rocas.
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Hay quienes arrancan del pecho a los huérfanos y toman en prenda al bebé de los pobres.
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De modo que andan desnudos, sin vestido; y, hambrientos, recolectan gavillas.
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Entre sus muros exprimen el aceite; pisan uvas en lagares pero siguen sedientos.
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Desde la ciudad gimen los moribundos, y clama el alma de los heridos de muerte. Pero Dios no atiende su oración.
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»Ellos están entre aquellos que se rebelan contra la luz, que no reconocen los caminos de Dios ni permanecen en sus sendas.
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De madrugada se levanta el asesino, mata al pobre y necesitado, y de noche actúa como ladrón.
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El ojo del adúltero aguarda el anochecer diciendo: “Nadie me verá” y pone un velo sobre su cara.
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En la oscuridad minan las casas; de día se encierran, pues no conocen la luz.
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Ciertamente el amanecer es para ellos densa oscuridad porque conocen los terrores de la densa oscuridad.