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Job continuó su discurso y dijo:
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— ¡Vive Dios, quien ha quitado mi derecho; y el Todopoderoso, que ha amargado mi alma,
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que mientras haya aliento en mí y el hálito de Dios esté en mi nariz,
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mis labios no hablarán perversidad ni mi lengua proferirá engaño!
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¡Lejos esté de mí el darles la razón! Hasta que muera, no renunciaré a mi integridad.
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Me he aferrado a mi rectitud y no la cederé. No me reprochará mi corazón mientras viva.
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»Sea como el impío mi enemigo, y como el inicuo el que se levanta contra mí.
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Porque, ¿qué esperanza tiene el impío, por mucho que gane, si Dios le despoja de su vida?
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¿Escuchará Dios su clamor cuando le sobrevenga la calamidad?
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¿Se deleitará en el Todopoderoso? ¿Invocará a Dios en todo tiempo?
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